domingo, 30 de diciembre de 2018

el baile del ideograma


Eso que veis ahí, en sombras chinescas, quizás lo podáis adivinar, son una pierna y un abanico, y también son, se supone que son, la segunda parte del ideograma que significa "pan", la cosa es un poco retorcida, detrás de esa ventana viven cinco (o quizás, seis, me cuesta contarlos) estudiantes universitario en plena víspera de un examen final, y lo que quieren hacer es pedirle pan a la chica que trabaja en la tienda de enfrente, así que no gritan, sino que la llaman con un disparo de una pistola de mentira y, cuando ella se asoma, en vez de decirle "pan" cierran las ventanas y hacen, con dos brazos y un aro, la primera parte del ideograma "pan", y luego, con la pierna y el abanico, la segunda parte con la pierna y el abanico, todo prefieren hacerlo así, complicado y gracioso, cuando caminan por la calle van todos cogidos del brazo y andan con un paso que más parece baile que caminar, un paso de lo más complicado, porque no hay razón para hacer las cosas simples cuando se pueden hacer complicadas, complicadas y con gracia, algo así debe de pensar también el cineasta, que no cuenta casi nada y tarda mucho en contarlo, toma todos los desvíos graciosos que puede, la historia es que uno de los cinco (o seis) chicos suspenderá el examen, y eso que tienen un plan perfecto para copiar, un plan que incluye una chuleta escrita en la espalda de una camisa, como van con chaqueta se disimula y pueden levantar para que lea el de detrás, la gracia de esa chuleta es que el que la lleva no puede leerla, porque está a su espalda, así que depende de los otros que también copian, sin la ayuda de los otros no puede aprovecharse del riesgo que corre, si él no ayuda a los otros los otros no le pueden ayudar a él, si hay chuleta tiene que ser colectiva, como el caminar por la calle todos cogidos del brazo, hay que ver también cómo hacen circular la información por el aula, hasta el profe que vigila sirve para, sin él saberlo, hacer que viajen las respuestas, por eso es triste que uno de ellos no apruebe, eran todos para uno y uno para todos, dormían muy pegados todos en la misma habitación, los cinco juntos era un ideograma, los cinco juntos era un sentido, hacían coreografías que quizás se las habían inventado o quizás las habrían visto en el cine, pretendían vivir como si el mundo fuese un musical y el mejor camino para llegar de un punto a otro fuese un camino complicadamente bailado, la juventud es un musical, la juventud es vivir haciendo piña, haciendo ideograma, y eso es algo que quizás se tenga que acabar tarde o temprano, aprobar es también eso, aprobar es empezar a perder el musical, al final de la película adivinamos algo de eso, sólo el que no aprobó sigue estudiando, sigue bailando, sigue teniendo tiempo para la complicación, o quizás fuese otra la historia, no sé, quizás fuese la historia de ese chico y de la chica de la panadería, claro, ella también es linda, ella también es complicada, ella también es indirecta, los dos juntos tienen la gracia de las cosas a escondidas, quizás fuese esa la historia, un pedacito de ideograma separándose, juntándose con otro pedacito, los dos formando un nuevo ideograma, una nueva unidad de gracia y de sentido, como si no se pudiese ser, ay, parte de ese nuevo ideograma y parte del antiguo, como si hubiese que elegir, como si no importase el elegir porque ya el tiempo va eligiendo por uno, quizás fuese eso, quizás, pero el caso es que al final el chico, un año más, baila, todavía baila. 
(Suspendí, pero... Yasujiro Ozu)

domingo, 23 de diciembre de 2018

un beso, un disparo



Veis dos zapatos de tacón, un pie bien apoyado en el suelo, el otro no, y una falda que llega por encima de los tobillos, y enfrente debe de ser un kimono y unas sandalias, y ya algo podéis ir pensando a partir de eso, dos mujeres que no son iguales porque no visten igual, una quizás más moderna, la otra quizás más tradicional, cosas de esas, no importa, os puedo decir que la de los zapatos de tacón es una chica que por la mañana trabaja de mecanógrafa en una oficina y se deja hacer regalos por el hijo del jefe y que por la noche es novia de un gángster que no acabamos de saber cómo de importante es, y la otra es una chica que trabaja en una tienda de discos y gramófonos, una tienda llena de dibujos y esculturas de perros, porque es de la marca esa que el símbolo era un perro escuchando un gramófono, con eso hasta hacen un chiste que tiene su gracia, y la chica trabaja ahí para ganar un poco de dinero y poder pagar los estudios de su hermano, pero resulta que su hermano prefiere más bien convertirse en secuaz de ese gángster del que no acabamos de saber si es importante, que se llama Joji, y entonces la chica va a ver a Joji y le pide que eche a su hermano de la banda, para que vuelva por el camino recto, esas cosas, y el gángster le hace caso, y además de hacerle caso parece que empieza a enamorarse de la chica, va a la tienda a escuchar discos, vuelve a casa y sigue escuchando discos, y su novia mecanógrafa decide que algo hay que hacer, así que coge una pistola, la carga y se va a ver a la chica de los gramófonos, y las dos caminan juntas por la calle hasta que la mecanógrafa saca la pistola y apunta a la otra chica y le dice lo que piensa y resulta que no dispara, que dice que en el fondo la aprecia, aunque se nota que le duele decirlo, pero es así, es sincera, y entonces se acerca a la chica, y eso es lo que veis, se acerca y lo que vemos son unos zapatos de tacón acercándose a un kimono, y luego uno de los pies con zapato de tacón que se inclina un poco, y luego de nuevo esos pies alejándose, y un plano de la mecanógrafa, y un plano de la chica de los gramófonos que se lleva la mano a la cara, y entonces entendemos lo que ha pasado, la mecanógrafa ha besado en la mejilla a la otra chica, había venido con una pistola, a darle una lección, a asustarla, a cantarle las cuarenta, algo de eso, y lo que ha acabado haciendo es darle un beso en la mejilla, y es muy lindo porque no lo vemos, lo comprendemos, es lindo el rodeo, es lindo el contarlo así, con una aceleración de unos pies, una pausa, otra aceleración y luego una mano en una mejilla, y también es lindo que la amenaza se vuelva beso, esta es una película en la que van apareciendo pistolas pero parece que nunca va a haber un disparo, una película de gángsters con un solo disparo, una película de gángsters casi sin violencia, unos cuantos puñetazos fuera de campo, que ni siquiera parecen tan malvados, y luego muchos puñetacitos cariñosos, entre los gángsters, entre la mecanógrafa y el jefe, como si jugasen con la violencia, hay que ver cómo el hermano de la chica de los gramófonos acaricia la barbilla de otro gángster en un local de boxeo, hay que ver cómo lanza un puñetazo al aire en la tienda y, al darle sin querer a una de las esculturas de perro, azorado la recoloca, como un niño que ha hecho una travesura, en realidad todo tiene mucha gracia aunque siempre está el miedo a que esa gracia pueda, tarde o temprano, torcerse, que el jugar a los golpes y el jugar con pistolas acabe mal, pero hasta eso no acaba de suceder, porque en realidad los personajes parecen casi siempre más preocupados por cuidar los unos de los otros que por hacerse daño, hasta cuando se pegan suele ser con intención de cuidar, y cuando al fin haya un disparo, pensemos lo que pensemos de las razones, que pueden parecer, ay, de lo más equivocadas, irreales de una manera ya no tan simpática, será aún así con ánimo de cuidar la vida que a dos personas que se quieren les queda por delante, como si de las historias de gángsters la película quisiese recordar lo que tienen de banda, lo que tienen de grupo que se cuida, y olvidar todo lo demás, hacer unos gángsters de cuento o de tebeo, no soñar con el poder sino simplemente con lo que por otro se puede hacer, no soñar con la rivalidad entre los hombres sino con el afecto entre las mujeres, no soñar con disparos sino con besos en la mejilla. 
(Una mujer fuera de la ley, Yasujiro Ozu)

viernes, 14 de diciembre de 2018

usos del tiempo



No lo sabéis, no lo podéis saber, pero está en una oficina, y está triste, eso sí podéis verlo, triste y pensativa, en realidad algo de esa tristeza la lleva siempre por dentro, aunque casi siempre sonría, la película también va de eso, de sonrisas, algunas sinceras y otras fingidas, de rostros que sonríen y que apenas pasan de una habitación a otra dejan de sonreír, de sonrisas sociales y de sonrisas felices y, de entre todas las sonrisas, una, la de ella, que es de las sinceras, de las sinceramente felices, aunque siempre hay otra cosa detrás, como si la sonrisa en cualquier momento pudiese naufragar, parece al mismo tiempo feliz y triste, feliz sobre la tristeza, contra ella o por ella, quién sabe, la felicidad no es alegre, en esta película los que no parecen de veras tristes tampoco llegan a parecer de veras felices, como si la sensibilidad viniese toda de una pieza, para lo bueno y para lo malo, pero ahora ella no sonríe, no está al mismo tiempo feliz y triste, está triste del todo, hay momentos así, en los que puede estar simplemente triste, y este es uno de ellos, ha recibido una mala noticia, su suegra está enferma, muy enferma, y ella quizás no esté solo pensando, quizás esté recordando, pasaron una noche juntas, cuando los suegros vinieron a visitar a sus hijos a la capital la suegra vino a dormir al pequeño apartamento donde ella vive sola, casi eternamente viuda, joven y viuda y solitaria, y pasaron una noche tranquila, una noche hablando, y se notaba que era un momento feliz, no alegre, sino feliz, uno de esos momentos en los que dos seres están de veras juntos ahí, en el tiempo y en el espacio y parece que todo es sinceridad y buena voluntad, algo muy bonito de ver, ella debe de estar recordando eso, esa noche, esas horas, tiene en las manos un lápiz o un bolígrafo, una de esas cosas que se cogen cuando uno está de veras recordando, cuando uno no sabe qué hace con sus manos, a la izquierda hay un vaso de agua, al fondo hay ventanas con persianas de esas de oficina, no es la primera vez que estamos en este lugar, ya lo vimos antes, cuando a ella la llamaron no para darle una mala noticia sino para pedirle que pasase un día con sus suegros, un día de ocio, un día de excursiones, y ella dijo que sí, encantada, y luego le pidió a su jefe el día libre y el jefe le dijo que sí, pero que se lo descontaría, porque el tiempo también es dinero, el jefe no dice pero es la idea, el tiempo es dinero, es una frase hecha pero también es cierta, en parte del mundo es cierta, es una frase que es como una enfermedad contagiosa, una frase que se extiende haciéndose real, pero a ella no le importa, prefiere pasar el día con sus suegros, prefiere compartir su tiempo con ellos, y ahora que recibe la mala noticia en la oficina nosotros podemos darnos cuenta de lo duro que es el que ahora, en un momento, aunque no lo vayamos a ver, ella tenga que salir de sus pensamientos, de su recuerdo, y levantarse e ir a decirle al jefe que tiene que tomarse varios días libres, porque los suegros viven a más de doce horas de viaje en tren, y el jefe le dará los días libres pero sin duda le repetirá la frase de que se los descontará, y hay otros personajes en la película, los hijos de los suegros, que también tienen esa idea del tiempo, el tiempo que es dinero, también es cierto que no trabajan en oficinas, que son médico y dueña de una peluquería y no tienen salario sino que van ganando lo que van ganando, pero el caso es que ellos sí que recuerdan que el tiempo es dinero y la tristeza de la película también viene de eso, de dos formas de vivir el tiempo que tienen que vivir juntas, la forma jubilada, la forma al fin ociosa, y la forma trabajadora, y entre medias la forma generosa, la forma de ella a ratos, contra el tiempo del trabajo,  cuando puede, y pensar que ahora ella va a tener que levantarse y pedir los días libres, días libres para su tristeza, nos recuerda que en realidad sus días casi nunca son libres, que le dedica casi todo su valioso tiempo a gente a la que le da igual si vive o muere, como en aquella canción, y viajará a la ciudad de los suegros, allí estarán todos los hijos, uno llegará tarde, por azares de la vida, no por falta de atención, y dirá aquello de no he llegado a tiempo, que es una frase que a menudo se dice para estas cosas y que debería de sonar extraña, qué tiempo ese, es el tiempo volviéndose escaso, son los últimos momentos, como si el tiempo solo de veras se sintiese y se comprendiese cuando empieza a faltar, cuando ya no va a haber más, y al lamentar ese no llegar a tiempo en realidad se está lamentando mucho más, todos los momentos que antes no se acertaron a vivir, a convivir, eso los personajes lo saben y lo dicen y lo sufren, momentos como esa noche que sí vivieron ella y la suegra, aquella noche en la que la suegra le dijo que volviese a casarse si podía y ella le dijo que era feliz así, y la suegra le dijo que quizás ahora que todavía era joven era feliz viviendo así, pero que cuando envejeciese se sentiría sola, y entonces ella respondía, sin dejar de sonreír, no viviré tan vieja, no se preocupe, y uno se pregunta si ha oído bien, o si ha leído bien los subtítulos, esa frase tan inesperada dicha con tanta tranquilidad, con tanta sonrisa, como si la tranquilidad y la sonrisa vinieran de esa certeza de que no vivirá tanto, no sabemos si de veras lo piensa o si lo dice para tranquilizar a su suegra, también puede ser, pero la frase y la idea están ahí, la tranquilidad viene de la idea de que no vivirá tanto, la tranquilidad viene de una relación particular con la idea de su propia muerte, quizás por eso su sonrisa esté siempre tan entrelazada con la tristeza, tan a punto de poder ser lágrimas, quizás por eso sabe que el tiempo puede ser dinero pero sobre todo es otra cosa, es, en realidad, lo único que de veras tiene, lo único que de veras es de ella y que sólo de ella depende que tenga valor, que se pueda recordar en un tiempo muerto de la oficina, con un lápiz entre las manos, y hacia el final  de la película el suegro le dirá que la suegra le contó la noche que pasaron juntas como un momento muy feliz, el mejor momento que pasó en Tokio, y es emocionante oírle al suegro decir esto, oír cómo le da a ella eso, la certeza de que ese momento vivido a dos fue de veras vivido, fue de veras compartido, la certeza de que ella pudo con su tiempo hacer un momento feliz para ella y para otra persona, que ella supo con su tiempo hacer eso: un momento feliz.
(Cuentos de Tokio, Yasujiro Ozu)

sábado, 3 de noviembre de 2018

una vida


para Patricia

Vimos El último caballo y luego hablamos de ella y recuerdo que en algún momento dijimos que al caballo no se le veía tanto, o que cuando lo veíamos con otros caballos no lo distinguíamos de los demás, y luego ya no volvimos a hablar de eso y al poco nos fuimos y según volvía a casa iba pensando que quizás la película se podía resumir diciendo que es la historia de tres personas que por salvar una vida (de caballo) están dispuestos a renunciar a sus formas de vida y que, al cabo, salvando una vida, salvan sus propias vidas, o al menos las hacen más felices, y pensé que no era poco lo que hacían y que no es tanta la gente que por salvar una vida daría su forma de vida, si lo pensamos bien nos debería de dar vértigo, al menos tanto vértigo como la revolución, o más, porque quizás sea más evidente renunciar a todo cuando todo cambia, y me pregunté si no sería por eso que el caballo era simplemente un caballo, y no el caballo más majo o más memorable de Madrid, si no sería porque el caballo es ante todo una vida, casi en abstracto, una vida que se puede salvar, que tres personas pueden salvar, una vida que caga y come flores (porque como son pobres come flores, que ideas más chulas hay en la película) pero que no es una vida diferenciable de las otras, no lo salvan por majo, no lo salvan por diferente, lo salvan porque está vivo y porque no pueden concebir que lo vivo muera si puede seguir vivo, si está en sus manos que siga vivo, y luego lo bonito es, claro, todo lo que alrededor de ello se entreteje, las flores, el alcohol y la gracia, el mundo que fue y el que será, pero quizás también lo bonito y lo vertiginoso sea que todo eso, todo ese mundo, toda esa vitalidad, pueda nacer de un deseo tan rápido de decir: salvar una vida.
(El último caballo, Edgar Neville)

martes, 9 de octubre de 2018

al acercarse a las leyes



Hay dos niños que arrancan a correr, uno empieza con la pierna izquierda, otro empieza con la pierna derecha, van tan a la par que parecen atletas a la salida de los cien metros lisos, a menudo van a la par pero no tanto, son hermanos y uno es el mayor y el otro es el pequeño, aunque los dos son igual de altos, si no lo dicen podrías no darte cuenta de que no tienen la misma edad, o te darías cuenta porque en general hay uno que toma las decisiones y el otro le sigue, por eso decía que normalmente no van tan a la par, hacen lo mismo pero con un poco de desfase, primero uno y luego otro, y esa sincronía desajustada tiene mucha gracia, una gracia inagotable, hay que ver al hermano pequeño lanzar una mirada de reojo al hermano mayor y a continuación imitarle y hay que ver también cómo a veces quiere escaquearse de imitarle y entonces el mayor le da una voz, una voz de cine mudo, y el pequeño ejecuta su sincronía muy a su pesar, es un poco como ver en una clase de gimnasia o de baile a un alumno que nunca acaba de seguir bien los movimientos del profesor y más que imitar sus movimientos hace como que los imita, hace una imitación de una imitación, y de hecho esto es algo que veremos más tarde con el padre de los niños, le veremos perderse en el arte aparentemente fácil de seguir los movimientos de un profesor de gimnasia, pero eso será luego, no adelantemos, por ahora los dos niños están echando a correr a la par y si esta vez van tan sincronizados es porque los dos tienen miedo de lo mismo, tienen miedo de ese señor que está de pie, con su abrigo, su sombrero, su cartera y sus hombros un poco encorvados, ese señor que es el padre y que les acaba de pillar intentando escabullirse del colegio, basta con que los niños le vean para que, sin acercarse más, echen a correr en dirección contraria, pero hay que decir que si no querían entrar en el colegio no era sólo porque sea un rollo pasar el día ahí sentado en las aulas cuando se puede estar fuera, era por algo más serio, era porque son nuevos en ese colegio y tenían miedo de que una banda de niños con los que ya han tenido un encontronazo, y que les habían amenazado, aproveche para atizarles, los dos hermanos no son tontos y ante la amenaza pretenden guardar las distancias, no ponerse a mano, porque ponerse a mano es ponerse a golpe, en esta película las distancias importan, saber guardar la distancia adecuada para que no te aticen o saber romper esa distancia para ganar autoridad, podría ser una película de capa y espada o de artes marciales, pero sin muertos ni sangre, tan solo empujones, trompadas en la cabeza y revolcones en el suelo, una película de capa y espada donde al cabo se descubriese que ser el más fuerte o el más hábil con las armas está bien pero que siempre habrá una jerarquía más importante, siempre habrá reyes y vasallos, un orden feudal que no depende de la fuerza sino de otra cosa, del azar de en qué familia se nace, como una película de capa y espada que fuese transcurriendo por campos y montes de aventura en aventura, sin más ley que el valor, la fuerza y la astucia, y que de pronto, pasado el tiempo, la película llegase a una ciudad o a un castillo y de pronto descubriésemos esa otra ley, la ley social, la ley feudal, algo así les pasa a los dos hermanos, que se las van componiendo como pueden con las leyes de la fuerza y de la astucia del mundo de los niños y de pronto descubren que en el mundo de los adultos hay otra ley para la que no sirven ni la fuerza ni la astucia, una ley que ya no es la feudal sino la ley del salario, y descubrir esto les resulta insoportable, descubrir que hay una distancia que hay que saber guardar, ni muy lejos ni muy cerca, no porque te puedan pegar sino porque te pueden despedir, una ley que resulta insoportable porque al contrario de la otra parece que no se puede escapar de ella con astucias, una ley que los dos hermanos descubren de pronto, sin haberlo visto venir, una noche en la que junto con otros niños asisten a una sesión de películas caseras en la casa del jefe del padre, y en esas películas caseras ven una cara de su padre que nunca habían visto, le ven hacer el payaso para su jefe, y la verdad es que es un payaso bastante bueno, pero lo que descubren los niños no es que su padre tenga gracia, sino que su padre no es nadie, su padre es alguien que hace el ridículo para otros, no es un caballero ni un samurai, es un bufón, a lo mejor si hubiesen sabido que el padre era gracioso la cosa habría sido diferente, a lo mejor si el padre no tuviese la jerarquía tan metida en la sangre y en la costumbre hubiese sabido ser gracioso con sus hijos en vez de poner siempre cara seria y severa, si hubiese sido algo más que ese padre al que le bastaba estar ahí de pie para que ellos echasen a correr hacia un colegio donde les amenazaban con atizarles, si hubiese considerado su habilidad para ser un payaso como un poder y no como una debilidad, entonces quizás no habría sido tan violento para los dos hermanos, no habría sido un caérseles el mundo a los pies, y quizás tampoco habría sido tan violento o tan incómodo para el padre, si hubiese dado la sensación de que se podía viajar entre el mundo de los niños y el mundo de los adultos en vez de tener esa sensación triste de que en el fondo hay un único mundo real, el mundo de los adultos, y dentro de él otros pequeños mundos, como el mundo de los niños, otros pequeños mundos que antes o después chocarán con ese afuera que es el mundo de los adultos, la verdad es que todo tiene mucha gracia y sin embargo es bastante triste, parece que por ahora, en esta película, lo más que se puede hacer es dejar que dure un poco más ese mundo de los niños, ese mundo en el que comer huevos de gorrión te hace más fuerte y en el que se puede jugar a quieto, muere, resucita y en el que se revuelcan por igual en el polvo el hijo del jefe y el hijo del empleado.
(He nacido pero..., Yasujiro Ozu)

viernes, 5 de octubre de 2018

qué dice un estornudo




Son un soldado y una oficinista y se acaban de conocer en Nueva York, él está ahí por primera vez, a mitad de camino entre su pequeña ciudad y la guerra, y ella lleva tres años trabajando aquí, se han conocido por azar y accidente y ahora él va en el autobús con ella, ella ha estornudado dos veces, dice que el sol siempre le hace estornudar dos veces y luego ya no más, lo afirma con la misma convicción con la que diría que todos los días sale el sol o que dos y dos son cuatro, para el primer estornudo ella ha sacado su pañuelo y este ha salido volando, así que el soldado le ha ofrecido el suyo (el de ella era claro, el de él es oscuro) y le ha dicho que se lo podía quedar, pero ella, pasado el segundo estornudo, le ha dicho que no, que no lo necesita, entendemos que porque ya ha estornudado sus dos veces, y se lo devuelve, y entonces el soldado le pregunta que si no se pasearía con él por el parque que hay al final de la línea de autobús, y ella responde que no, que tiene que volver a casa, y él dice que ya, que lo entiende, que supone que tiene cosas que hacer, y ella dice que sí pero justo a continuación le empieza a venir un tercer estornudo, él saca su pañuelo, ella estornuda, los dos se miran y se ríen y ya no hace falta decir nada más para saber que ella le va a acompañar al parque, si no es de fiar su afirmación de que siempre estornuda dos veces y nada más, entonces tampoco es muy de fiar eso de que tiene que hacer cosas en casa, era una frase hecha, una excusa, una mentira, el estornudo lo ha revelado, el estornudo la ha salvado de su mentira, y está bien que sea un estornudo y no otra cosa porque así pueden reírse juntos, porque está bien que las cosas sean un poco ridículas, como si el ridículo acelerase la complicidad, está bien que el estornudo vaya a dónde no llegan las palabras, que tome el relevo, son tan lindos esos relevos que se dan palabras y gestos, ir yendo de una forma de comunicación a otra, estar atento a qué palabra puede ser dicha de otra manera, con un pañuelo, con una bolsa, todos estos paseos los dan con él llevando en la mano dos bolsas, la suya y la de ella, y cada vez que se separan ella coge su bolsa, por ejemplo tras el parque, ella ya ha cogido su bolsa pero él quiere convencerla de que siga con él, está dispuesto hasta a visitar a un museo con tal de seguir pasando rato con ella, seguir hablando con ella, y ella una vez más va a decir que no pero de pronto se lo piensa y no necesita decir que sí, le basta con levantar la mano que sujeta la bolsa, le basta con tenderle la bolsa a él, y basta que él la coja, ya está, pueden seguir pasando tiempo juntos, pueden seguir hablando, en apenas unos minutos de película ya ha dado tiempo para que se creen esas costumbres, esas reglas compartidas que hacen que un gesto diga más que una palabra, y al mismo tiempo quizás sea real eso, esos momentos luminosos en los que todo es conversación, quizás, quizás, recordemos...
(The Clock, Vincente Minnelli)

lunes, 1 de octubre de 2018

nadie al teléfono


Hay literas, hay una puerta que se abre, un rayo de luz que entra, es una sala grande, muy grande, de un albergue para pobres y la puerta la abre un tipo gordo que alguna vez fue policía pero que ahora es investigador privado, a punto de convertirse en vengador privado o en asesino privado, va buscando a un hombre, otro asesino, para matarlo, fuera de toda ley, con una ganzúa, va a ir de cama en cama apuntando con la linterna a la cara de los hombres que duermen, en busca de ese al que busca, no lo llega a encontrar pero la escena es violenta, violenta cada luz dirigida a la cara de un hombre que duerme y que no quiere ser visto, hay una sensación de caída, caída del personaje del policía, caída del personaje del asesino, caída del mundo entero, quizás las películas de terror sean las películas más tristes, quizás no hablen más que de tristeza, no lo sé, en esta película hay algo así como una sucesión de soledades y de impotencias, gente que no consigue hacer cosas, que no consigue comunicar ni con los otros ni consigo misma, al principio es una película de terror en la que una niñera recibe llamadas inquietantes de un desconocido que le pregunta "¿has ido a ver a los niños?", unos niños que se supone que duermen en una habitación del piso de arriba y más vale no ir a comprobarlo porque han estado resfriados y si se despiertan no hay quien los vuelva a dormir, así que la niñera hace lo que en esos casos parece más sensato, intentar no tomarse en serio su propio miedo, intentar no escuchar lo que dice el propio instinto, comportarse consigo misma como una funcionaria incrédula, y se equivoca claro, si no se equivocase no habría película, o sería una película muy diferente, porque la niñera tenía toda la razón del mundo al tener miedo y cuando eso por fin es evidente la película cambia, salta siete años, y no es que os vaya a contar lo que pasa, pero digamos que la película pasa del mundo suburbano y acomodado a un mundo urbano nada cómodo, un mundo de bares y de calles que siempre dan miedo, ahora seguimos a otros personajes, seguimos al que vendría a ser el malo, solo que lo vemos también de otra manera, no lo vemos solo como el malo, lo vemos como un hombre volviéndose vagabundo, y hay algo inesperado, otra violencia, la violencia de la miseria, de pronto uno siente que casi nunca había visto así en una película el volverse vagabundo de un personaje, el sentir la suciedad y el cuerpo que aguanta apenas y el miedo mezclado con el agotamiento, quizás pase algo así con la miseria, que cuando realmente aparece en una película es cuando no se veía venir, cuando parecía que iba de otra cosa, a mí me pasa por ejemplo con un plano de Las siete ocasiones, más tarde volveremos al mundo suburbano y cuando volvamos a ver una cocina amplia, una cocina limpia, nos costará creer que este dormitorio de albergue y esa cocina puedan coexistir en el mismo mundo, y la película parece que no va de eso pero está ahí, como está de un lado una mujer joven en una cocina amplia y de otro lado una mujer más mayor en un bar al que no sabe por qué vuelve noche tras noche y sin embargo vuelve, oposiciones simples que no son en sí una caricatura ni una denuncia de nada, pero que son mundos de esos que parece que nunca se podrán cruzar, en la cocina es imposible imaginar el bar, en el bar es imposible imaginar la cocina, parece ser que la película tiene algo de collage, al principio era un corto, tan solo los veinte primeros minutos, y luego, como el corto funcionó, alargaron la película, continuaron la historia de una manera que podría parecer que nada tiene que ver con el tono de la primera parte, y quizás lo bello de la película está también en ese aparente no tener nada que ver, en ese efecto de montaje, darle la vuelta a una historia y ver otra cara, una cara tan diferente que ni el tono ni el mundo que muestra puede ser el mismo de la primera parte, que ni siquiera puede ir de veras de lo mismo, pero es porque toda historia está hecha en el fondo de historias que no concuerdan, de historias que no se ajustan bien, aquí parece que el mundo podría ampliarse y ampliarse, con apenas unos personajes, cada cual en su película, el mundo se vuelve irreductible a una única historia y pasan cosas tan extrañas y tan violentas como ese encuentro entre la historia de un detective y un asesino vagabundo, el encuentro entre un tipo con linterna y ganzúa y el dormitorio de un albergue, cosas que no deberían de haberse encontrado y sin embargo se encuentran y no tienen en común nada más que la noche, la oscuridad y la soledad, como si en el fondo todo hablar al teléfono fuese siempre un hablar solo, un hablar al vacío, un escuchar al vacío y esperar no oír nada, un esperar no oír al vacío hablar. 
(Llama un extraño, Fred Walton)

instrumentos de viento


Hay una mujer con un abrigo a cuadros, es curioso cuanta gente va a cuadros en esta película, y un hombre que la sigue, su abrigo nos es a cuadros pero su pantalón sí, aunque casi no lo vemos, ella va chasqueando los dedos y haciendo música con la voz, música a ritmo de jazz, va haciendo eso de no decir palabras de verdad sino sílabas que no son nada más que música, nada más que sonido, sílabas sin nada de sentido, y el hombre que va detrás y que quizás sea su marido, vive con ella, va también haciendo música con la boca y gestos con los brazos, va haciendo como que toca el contrabajo, un contrabajo invisible, y la verdad es que parece que se divierten mucho haciendo esto, a lo mejor de veras son músicos, dicen de ella que trabajó en un cabaret y que no es bueno que los niños vayan a la casa de estos dos a ver la tele, nada bueno pueden aprender los niños en una casa así, con gente que camina por el barrio como desfilando en una banda de jazz, basta ver la mirada de la mujer que está un poco más al fondo, los mira raro, mirar a alguien raro en realidad es querer hacerle sentir que el raro es él, no la mirada, pero en esta película aprendemos que lo más normal es lo más raro, cosas como decirse buenos días o buenas tardes, y sabemos que la mirada de esa mujer que mira un poco de lado es rara, normal y rara, ella ha salido para ver a una vecina, para hablar con ella, para cotillear y mentir un poco, cada cual se entretiene con lo suyo, hacer verdadero falso jazz por las calles, cotillear con las vecinas, ver la tele, beber, quejarse, tirarse pedos, las cosas de la vida cotidiana, en realidad esta pareja que va por la calle no importa mucho en la película, importan más dos niños, dos hermanos, siempre vestidos igual, uno más grande y otro más pequeño, dos niños que van a hacer huelga de silencio para que les compren una tele, aunque lo de la tele no sé hasta qué punto es de veras importante, de ella apenas veremos la caja, es lo que piden, es lo que pueden obtener materialmente, pero quizás no se hacen las huelgas sólo por lo que se puede obtener materialmente, quizás se hacen también por otras cosas, para recordar que el mundo, tal y como es, es, en el mejor de los casos, raro, casi todo lo que hacemos a lo largo del día y que nos parece tan normal visto desde fuera es raro e inútil y a menudo triste, por ejemplo el uso que hacemos de las palabras, para decirnos buenos días y buenas tardes y qué buen tiempo hace y cosas así, palabras que parece que no dicen nada, palabras que se dicen para no tener que decir otras, como ese hombre y esa mujer que quizás se quieren pero que cuando termine la película todavía no se lo habrán dicho, seguirán hablando del tiempo y de las nubes, los niños hacen huelga contra eso, hacen huelga por una tele pero también hacen huelga contra el mundo de los adultos, al que no quieren pertenecer, al que se niegan a reconocer como real, ellos viven en otro mundo, un mundo que existe al mismo tiempo que el de los adultos pero que es diferente de él, aunque no del todo ajeno, a ratos parecería que fuesen etnógrafos perdidos en una tribu incomprensible, cogiendo signos por aquí y por allá, comunicando con el mundo adulto en lo que este tiene de más marginal, por ejemplo los pedos del padre de otro de los niños, ellos juegan a tirarse pedos como él y esto es algo que hay que ver y oír para creerlo, la gracia de los pedos, la apoteosis de los calzoncillos sucios, al adulto los pedos le salen muy bien porque, dicen los niños, trabaja en la compañía del gas, con ese detalle del adulto los niños se han construido todo un mundo con sus reglas y costumbres, el mundo del pedo, la tribu del pedo, y la gracia de los pedos quizás esté en que siendo cuerpo y aire no quieren decir nada, son como el jazz callejero y sin instrumentos, sonido sin sentido, aunque la mujer del hombre de la compañía del gas acude cada vez que él se tira un pedo y le pregunta si ha dicho algo, porque lo normal sería eso, lo normal sería que todo sonido que saliese de un cuerpo fuese palabra y significase algo, aunque bien visto, tampoco un buenos días significa gran cosa, también un buenas tardes es apenas algo de aire, algo de viento, también el mundo de los adultos, el mundo de los buenos días y las buenas tardes, está hecho, como el mundo de los niños, el mundo de los pedos, de aire, de viento que va, de viento que viene.
(Buenos días, Yasujiro Ozu)

lunes, 10 de septiembre de 2018

la velocidad de un sí


háblame de las montañas

Ese que está sentado aquí delante, forma oscura, es el padre, esa que está de pie al fondo, forma clara, es la hija, están a punto de tener una conversación seria, una conversación de esas que deciden a qué puede ser que se parezca el resto de una vida, aunque ella estaba a punto de irse, ella cada vez que la cosa se pone seria parece que se va, o al menos vuelve la espalda y se queda así, un poco de tres cuartos espalda, no la vemos bien y aquellos que hablan con ella tampoco, no pueden saber en qué está pensando, así que le preguntan y preguntan y ella no responde, a veces desvía la conversación, a veces se calla, en esta película las cosas tardan mucho en decirse, ayuda un poco la casa en la que viven, con sus dos pisos, con su pasillo, hay manera de tener siempre algo que hacer, de tener siempre una razón para moverse, de movimiento en movimiento es fácil que una conversación no acabe nunca de llegar a donde se pretendía, es una de las cosas buenas de las casas grandes, se puede jugar al escondite, se pueden evitar conversaciones, se puede dejar que se deshagan en el aire, por muy sólidas que pretendan ser, la primera vez que sucede esto tiene mucha gracia, es el padre el que quiere decir algo pero no sabe bien cómo hacerlo y él y su hija no paran de moverse, movimientos de esos que son vida cotidiana, que no se nota que puedan ser trucos, dicen una frase y se van a otro lugar de la casa, así cada frase cae como con cuentagotas, además algunas de ellas ni siquiera ayudan a avanzar con lo que de verdad se quería decir, son frases como se ha acabado el jabón, hay que verlo, tiene gracia, tiene mucha gracia esto de que un personaje quiera decir algo que en el fondo es sencillo, sencillo pero importante, que nosotros sepamos que quiere decirlo pero la otra persona no y veamos los esfuerzos del que tiene algo que decir y las ideas que se va haciendo, la comedia a veces es eso, que algo tarde lo más posible en suceder o en decirse y a ser posible que cuando por fin se diga o suceda la respuesta sea sorprendente, la respuesta sea un poco en plan todo esto para esto, luego será la hija la que no quiera decir lo que de veras piensa a gente que en realidad sólo quiere que diga una palabra que es , porque esta es una película sobre casarse o no casarse y al final esto del matrimonio parece que se resume en esa palabra, , tan corta y tan rápida de decir, como un buen cuchillo cortando en dos un pepinillo, tan corta de decir que da miedo, porque es una sola palabra pero lo cambia todo, lo acelera todo, así que la hija no quiere decirla, la hija juega cada vez que puede a alejar el momento en el que hay que decir que sí o que no y a veces no tiene fuerzas ni ánimo para jugar y se queda callada, muy callada, enfadada, hasta con su mejor amiga,  aunque al principio no era así, en realidad al principio la hija hablaba con cualquiera, tenía una cosa un poco mágica, una magia tranquila, una magia tan cotidiana que si no se mira de cerca no se nota que es magia pero que hacía que todo el mundo se sintiese a gusto con ella, con todo el mundo hablaba, con todo el mundo pasaba momentos que parecían momentos felices, y no se podía desear más que un presente que siempre fuese así, ir de momento feliz y tranquilo en momento feliz y tranquilo, toda esta gente había vivido una guerra hacía pocos años y quizás necesitaban eso, momentos que no fuesen nada más que presente, apenas tocados por el recuerdo de lo que había pasado, apenas dirigidos hacia algún futuro, un presente en el que no hiciese falta decir porque en el fondo no hiciesen falta preguntas, como si las cosas pudiesen venir siempre así, suavemente, estar de pronto ahí, sin que haya hecho falta acelerar nada, sin que haya hecho falta la velocidad del sí, pero en realidad el tiempo no se puede detener, el tiempo que nadie ve pasa sin hacer ruido, pero pasa, y la película será así, largos momentos suspendiendo el sí y repentinas aceleraciones, cuando la chica que ahí vemos de tres cuartos espalda se dé la vuelta, se siente y hable con su padre sucederá una de ellas, en esta película donde siempre vemos con tiempo lo que un personaje piensa, lo que un personaje quiere decirle a otro, y donde importa más que nada ese tiempo que tardan las palabras en decirse, resulta que todo se decidirá por una mentira que no habíamos visto venir, por una mentira que nada había anunciado, algo que antes no estaba y de pronto está ahí, quizás para el personaje también sea así, de pronto idea y palabra van a la mismo velocidad, la velocidad del rayo, la velocidad de la electricidad, un poco más tarde sucederá otra aceleración, la aceleración del sí, y casi al final, cuando la hija haga un último intento por detener el tiempo, el padre hablará de nuevo y esta vez no acelerará, más bien parecerá que sus palabras se acompasan exactamente al ritmo del tiempo, ni lentas ni veloces, hablará del pasado y del futuro, de tener en cuenta lo que fue y lo que será, es muy emocionante tras todas esos momento en los que hablaban como evitándose, yendo del baño a la cocina, de la cocina al salón, y vuelta a empezar, ver cómo se hablan de frente, cómo se dicen lo que sienten y también lo que piensan, como si todo ese evitarse hubiese servido, también, para que de pronto sintiésemos lo singular de ver a dos seres que de veras se hablan, y entonces ese señor tan tranquilo que de lectura de viaje lleva Así habló Zaratustra hablará de cosas como el presente y el futuro y también evocará algo que resulta un poco enigmático, hablará de esos años durante los cuales su esposa fue infeliz, hasta que al fin se acostumbró a él, nosotros podremos pensar que quizás no fuese ella la que se acostumbró a él sino él el que cambió, porque tal y como lo vemos parece un señor que quizás no pudiese hacer a su esposa tan feliz como hace a su hija, pero tan tan infeliz como dice tampoco, así que este señor o recuerda mal lo que cuenta o tuvo que ser diferente en el pasado, aunque ahora nos cueste imaginarlo, mientras habla de la felicidad presente y de la felicidad futura y de como hay a veces que deshacerse de la felicidad presente, saber renunciar a ella, para empezar a hacer la felicidad futura, uno puede pensar que no, uno puede sentirse partidario siempre del presente, más vale pájaro en mano, pero es que a veces el presente es feliz y no se ve que ya nunca volverá a serlo tanto, hay que dejar al presente volverse pasado cuando aún estamos a tiempo para que otro presente pueda nacer, pueda hacerse, en realidad es una escena de ruptura, una linda y amorosa escena de ruptura que sucede con esa tranquilidad del principio, esa tranquilidad que hacía que la película más que una historia pareciese un lugar, un lugar habitable en el que estar sentado sin acabar de entenderlo todo, contentos por no tener que entenderlo todo, por poder dejar que el tiempo, los gestos y las sonrisas se sucediesen sin más, sin cargarse de demasiado sentido, de demasiado futuro, pero ahora la tranquilidad es otra, la tranquilidad no rehuye el sentido, no rehuye el paso del tiempo, como si los personajes hubiesen conseguido hacer del cambio una parte más de ese idilio presente, como si al presente feliz le hubiese estado faltando eso, el poder ser, también, el lugar del cambio.
(Primavera tardía, Yasujiro Ozu)

lunes, 3 de septiembre de 2018

a golpes de lenguaje


Esto es un golpe a punto de suceder, un buen golpe en la espinilla, un golpe de esos que duelen y enfadan, se lo está dando un niño a su padre, si ahora nos ponemos a imaginar se nos pueden ocurrir muchas razones para ese golpe y muchas de ellas serían, de alguna manera, venganzas, serían enfados, serían golpes dados con mala intención, con intención de hacer daño, pero en realidad no, en realidad lo que el niño pretende con ese golpe es despertar a su padre, despertarlo para que vaya a trabajar, que podría ser cosa de mala leche pero en realidad es cosa de sentido común, porque son pobres y si no trabaja el padre no comen ni el uno ni el otro, y al padre le gusta comer y le gusta beber y a los dos les gusta más o menos estar vivos, o al menos están acostumbrados a ello, tienen sus maneras de pasarlo bien, así que ese golpe, en realidad, no lleva mala intención, es todo cuidados, es puro pragmatismo, después de un buen golpe en la espinilla ya no hay manera de que el padre se quede dormido, aunque está el riesgo, claro, de que pase lo que pasa, que el padre se despierte atizándole al hijo, golpe por golpe, hay una extraña igualdad en los golpes entre el padre y el hijo, tú me pegas, yo te pego, yo te pego, tú me pegas, hay una igualdad y como una costumbre, cada dos por tres se están dando golpes, casi pasan más rato dándose golpes que hablando, aunque quizás la gracia esté en que la película es muda y entonces esos golpes son como un lenguaje, comunican a golpes, y si es un lenguaje puede resultar que suceda con ellos como con las palabras, que sirven para decir muchas cosas, que no siempre significan lo mismo, hay golpes que son enfado y hay golpes que son cariño, hay todo un mundo de golpes, hay palmadas sobre el pecho del niño enfermo que son para matar a un bicho, hay veces que no se le pega a una persona sino que se deshoja una planta, hay veces que el padre puede abofetear al hijo y luego el hijo abofetear una y otra vez al padre y sólo cuando ha acabado de abofetear al padre se echa a llorar el niño, no se le ocurre ni por asomo llorar por los golpes que le da el padre, sino por los golpes que él le da al padre, que quizás son algo mucho más desesperado, algo que deja sin aliento y sin fuerzas,  es agotador vivir en un mundo hecho de golpes, un mundo que siempre está así como cortando el rollo, cortando el impulso, hay cosas así, cosas incómodas, cosas molestas, algunas aparecen y luego desaparecen, como el parche que lleva el niño en el ojo, hay otras que siempre están ahí, por ejemplo los picores, parece que cuando no se están pegando se están siempre rascando, quizás sea la pobreza, quizás sea la suciedad, hay que decir que las casas además son un caos, que todo anda por los suelos, que los pantalones se los quitan y los dejan donde caen, así que quizás sea eso lo que pica, eso y el calor y los bichos, al principio de la película están en un teatro y hay un bicho así que va pasando de espectador en espectador y los va haciendo saltar y rascarse, aunque también hay veces que uno no sabe si de verdad se rascan porque pica o si es otra cosa, un truco, sucede que se rascan cuando les hacen una pregunta incómoda, una pregunta difícil de responder, como si rascarse fuese una manera de pensar o una manera de excusarse, una manera de rascarse en el cuerpo lo que no se puede desarmar con la palabra, rascarse es también un lenguaje, se puede leer, quizás se trate de eso, de aprender a leer más allá de las palabras y también en las palabras, aprender a leer a los otros y también aprender a leerse a uno mismo, puede ser que uno ni sepa ya por qué golpea, por qué se rasca, dónde de veras le pica, puede ser que uno se tenga que ir lejos para empezar a comprender, para tomar distancia y verlo todo más claro, aprender a leer aún siendo analfabeto, conseguir ver de pronto el texto completo que escribían los golpes y los picores, el desorden y también las palabras, entender de pronto de qué iba ese texto y entonces desvestirse y dejar los pantalones caídos por el suelo y saltar al agua, y entonces los pantalones por los suelos ya no dicen descuido, dicen comprensión, dicen iluminación.
(Corazón vagabundo, Yasujiro Ozu)

sábado, 1 de septiembre de 2018

mu


Ahí delante hay un niño que duerme, ahí detrás hay tres adultos que comen fideos chinos, también hay un perro de juguete y el retrato de una estrella de cine, quizás recortado de una revista, una pared se alegra con lo que se puede, la casa en realidad es muy modesta, o más bien es pobre, es la casa del hombre a la izquierda y de la mujer en el centro, él es profesor en la escuela nocturna, ella se queda en casa, y a la derecha está la madre del hombre, la abuela del niño, que está de visita y descubre la pobreza en la que vive su hijo a pesar de todos los esfuerzos que ella ha hecho para que él pudiese estudiar y progresar y triunfar, así que en realidad esa comida con fideos chinos es una comida pobre y un poco triste, pero el niño parece que no nota nada de eso, el niño duerme, no para de dormir, a este niño solo una vez le oímos decir mu, e incluso entonces es muy de pasada, el resto del tiempo está silencioso y dormido, y no es que esté enfermo, no, no se dice nada de eso, a todos les parece normal este niño que casi nunca dice mu, este niño que nunca llora, la verdad es que hay algo que tiene gracia, una de esas gracias no muy graciosas, hay un amigo que les regala un dibujo de una especie de monstruo, un dibujo que hay que poner en la pared cabeza abajo, dice que es un truco más o menos mágico para que los niños no lloren, y ellos lo ponen en la pared, pero la verdad es que no les hacía falta, ahí los que lloran a menudo son los adultos, pero el niño nunca, casi dan ganas de que hubiesen puesto el dibujo del derecho, a ver si así el efecto era inverso, a ver si así el niño por fin lloraba un poco, dan un poco de angustia los siempres y los nuncas de esta película, el niño nunca llora, el niño siempre duerme, pero es que además esta casa pobre está junto a algún tipo de fábrica o de máquina que hace un sonido regular y permanente, un sonido que siempre está ahí, día y noche, por eso el alquiler les cuesta tres yenes menos, en tres yenes menos se mide el vivir con un sonido que te martillea la cabeza noche y día, un sonido al que supongo que uno quiere creer que se acostumbra, que se ha acostumbrado, y que no pasa nada, pero no es cierto, si te has acostumbrado es que algo pasa, algo malo, la costumbre se lleva cosas por delante, no es inocente, y la pobreza aquí está hecha de cosas así, de sonidos permanentes, la madre en su pueblo trabaja en una fábrica de seda y allí está el sonido permanente y regular de las máquinas de hilar, qué terrible sincronía la de esas máquinas moviéndose a la par mañana y tarde, día tras día, año tras año esa repetición, como mucho cambian las máquinas, se hacen más modernas, pero lo esencial, ese giro y giro, sigue, parece que nunca parará, como no parará el ruido junto a la casa, como no llorará el niño, como le parece al hombre que nunca podrá vivir ya de otra manera que junto a ese sonido, dando clases en la escuela nocturna, una escuela que está junto a un bar cuya luz intermitente llega hasta el aula mientras él da clase sin ganas, quizás sabiendo que no sirve para nada aprender, le basta mirarse a sí mismo para saberlo, quizás piense que en el fondo está engañando a sus alumnos que dedican sus noches a aprender matemáticas, está ahí pensativo, o más bien deprimido, junto a la ventana, dando sobre él las pulsaciones de la luz del bar, la verdad es que es como un latido, es como vivir sintiendo y oyendo cada latido de corazón, la máquina esa que llevas ahí dentro, como si el cuerpo fuese también una fábrica, una fábrica cansada con ese latir repetitivo que no se va a parar, que no se puede parar, aunque a veces pasa, claro, que el corazón se acelera, a veces suceden cosas que no son el siempre y el nunca, suceden excepciones, algo así pasará en la película, algo que sigue siendo la pobreza pero que es el momento excepcional dentro de la pobreza, un momento de libertad, un acto posible que es otra cosa que la repetición día tras día de lo mismo, la ocasión de poder algo, un momento que quizás pueda cambiar lo que queda por vivir, quizás no, pero no de manera directa, sino de manera indirecta, haciendo sentir que salirse del siempre es a veces posible, quizás pueda volver a serlo, al fin al cabo, además, casi sin que nos demos cuenta, el niño, brevemente, ha dicho mu. 
(El hijo único, Yasujiro Ozu)

miércoles, 29 de agosto de 2018

lágrimas de la chica perchero

A la izquierda y a la derecha de la chica hay cojines, muchos cojines, esto no debe de ser una casa, en una casa no hay tantos cojines, no creo, esto es otro lugar, un lugar en el que todo el mundo está de luto, alguien ha muerto, quizás sea ya el funeral, quizás sea el velatorio, el caso es que la persona que ha muerto es el padre de varios hermanos y hermanas y la chica que llora es una de ellas, es la más joven, llora vestida con su kimono negro y con un sombrero en la cabeza, el sombrero no le queda muy bien, el sombrero está ahí para quedarle mal, porque el sombrero no es suyo, es de otro de los hermanos, quizás el más rebelde, en cualquier caso el que siempre llega tarde, el que dice lo que no hay que decir, el que le acaba de decir a la chica que no llore y le ha puesto el sombrero en la cabeza, todos los demás invitados al funeral lo han dejado en una salita, con una ficha para recogerlo al terminar, pero él no, él lo ha dejado en la cabeza de su hermana, como si ella fuera un perchero, un gesto raro, un gesto de chiste, un gesto como para quitarle importancia a la cosa, como para decir de otra manera, al mismo tiempo cariñosa y ruda, cariñosa porque ruda, que no hay que llorar, el detalle del sombrero es raro pero eso de decirle a alguien que no llore en un funeral no es tan raro y, sin embargo, bien pensado, debería de parecernos bastante raro, en qué momento va a llorar la gente si no es en un funeral, hay gente así, directa, evidente, que llora en los funerales, llora porque quiere, llora porque le sale, al hermano no, al hermano no le sale llorar en un funeral, le saldrá más tarde, en un restaurante, cuando todos los detalles se junten para de veras recordarle un momento pasado con el padre muerto, el hermano es un personaje complejo, la chica parece que no, pero sin embargo está el sombrero ahí, sobre la cabeza de ella, diciéndonos que a pesar de todo, a pesar de sus diferencias, a pesar de la complejidad de él, a pesar de la evidencia de ella, se quieren, y no sólo se quieren sino que tienen una afinidad especial, ella puede llorar sinceramente, él puede no llorar sinceramente, la película es un poco como la obra de teatro aquella en la que había tres hermanas y un viejo rey y sólo la hermana más joven era de veras sincera, una historia de esas con rudeza amable y buena educación traidora, pero aquí hay más hermanos y hermanas y no hay un viejo rey sino una vieja reina que lo mismo hace costura que riega sus plantas con un pincel, y no hay sólo una hermana sincera, hay una hermana y un hermano, hay la posibilidad de una alianza, con una alianza las cosas ya pesan menos, a veces parecen casi unos enamorados de esos que siempre están riñendo de broma, al final él querrá que ella se case con un tipo fuerte y no muy guapo, como él, y ella querrá que él se case con la chica a la que a ella le gustaría parecerse, una chica sincera y trabajadora, y no sabremos si lo harán, si de una manera indirecta se acabarán casando entre hermanos, si aceptarán lo indirecto a faltar de poder querer y pensar lo directo, pero en realidad no era esto lo que quería decir, más bien quería decir que él y ella son como dos caras de la sinceridad, como si entre los dos mediara una brecha, un saber diferente, y aunque en principio podemos pensar que el que más sabe es el más rudo, el más complejo, como si no llorar sinceramente fuese una fase más avanzada que llorar sinceramente, bien mirado tampoco está la cosa tan clara, quizás sea la hermana la que sabe cosas que el hermano todavía no sabe, o que el hermano ya no sabe, quizás por ser más joven sea más sabia, en realidad durante casi toda la película estamos con ella y vivimos con ella las pequeñas humillaciones del ir de casa en casa ajena, todas esas palabras y gestos que apartan, que hacen sentir que el lugar no es propio y que, a poco que una se deje hacer, nada en el mundo le es propio, porque ni trabajar le dejan, hay que verla aguantar lo que le dicen, hay que verla tener vergüenza cuando su madre le da un poco de dinero en la calle, hay que verla también con la amiga que sí trabaja, mirando juntas la carta de una pastelería, siendo ella misma de una manera que la mayor parte de sus hermanos y hermanas nunca han visto, o nunca han sabido ver, hay que ver también al nieto de la familia cuando puede estar con su abuela, todos esos momentos en lo que se deshace una tensión, en los que estar en el mismo espacio es una felicidad y no un problema, porque al cabo ese es el problema, compartir el espacio, convivir, para convivir las cosas tienen que salir con algo de ligereza, tiene que ser posible, por ejemplo, llorar cuando se quiere y también ponerle el sombrero a una chica perchero que llora, ponerle el sombrero para que deje de llorar o para que siga llorando pero sabiéndose menos sola, sabiendo que el mundo y los sombreros siguen y que en ese mundo hay alguien que está feliz de que ella exista, hay alguien que está feliz de que el mundo sea un lugar que compartir con ella. 
(Hermanos y hermanas de la familia Toda, Yasujiro Ozu)

lunes, 27 de agosto de 2018

dos pipas, dos



Son hermanos y van vestidos iguales, más oscuro el pantalón, más claro el jersey, un pañuelo blanco muy gordo al cuello, no sabemos si lo llevan porque están de mudanza y por alguna razón es práctico llevar ese pañuelo, quizás por el frío o por el sudor, van vestidos iguales y, además, trasteando entre los objetos que la mudanza saca a la superficie (las mudanzas son como las obras, de pronto se redescubren tiempos olvidados, lo viejo sube a lo visible, lo nuevo se va al fondo), han encontrado las dos pipas que usaba su padre, muerto hace ya años, unas veces usaba una, otras veces usaba otra, sin más razones, las dos pipas era iguales, y cada uno se ha encendido la suya, es como Hernández y Fernández, no basta que vayan vestidos iguales, hace falta además un objeto repetido, para los dos policías de negro era el bastón, para estos dos hermanos es la pipa, y ya del todo son como personajes de tebeo, ya pueden moverse con sus pipas casi en sincronía, es en esa casi sincronía donde se da a ver que de veras son hermanos, que de veras han pasado mucho tiempo juntos y han jugado y se han reído con las mismas cosas, es una manera linda de contar eso, la fraternidad, la afinidad, vestirse en sincronía, moverse en sincronía, es linda cuando es así privada, tampoco hay que olvidar que a nada que salen de casa los chicos japoneses de esa época usan uniforme para casi todo y que había lugares de sobra en los estaban obligados a moverse a la par, pero precisamente aquí no se trata de eso, aquí el uniforme tiene una parte de azar y además con pipa las cosas tienen más gracia, si la tienes en la boca puedes hacer cosas con las manos, pero hablas raro, sin casi mover la dentadura, si la tienes en la mano puedes hablar bien, pero tus gestos se quedan un poco mancos, la verdad es que para fumar en pipa hay que tener las manos libres o tener muchas ganas de complicarse la vida, pero en la complicación está la gracia de este momento, el casi baile de las pipas, la fraternidad es rozar el baile, ya luego los personajes se irán desincronizando, se irán desigualando, de eso irá la película, de que estos hermanos iguales resultan no ser tan iguales para su madre, y para ello hay razones claro, en realidad no son tan hermanos, solo a medias, en la película se van desigualando y de lo que va es del camino para recuperar esa igualdad, aunque ya no pueda volver a ser ese estado en el que las cosas salen por sincronía, por afinidad, sin necesidad de preguntar ni de preguntarse, hay que ver cómo uno de los dos golpea y pide que se le devuelva el golpe y no, nadie devuelve el golpe, como si la posibilidad de la pelea fuese una oportunidad falsa y desesperada de redescubrirse iguales, enzarzados en lo mismo, yo golpeo y tú golpeas, un golpe llama a otro golpe, hay que ver cómo el hermano que golpea se lleva luego la mano a la cara, como si de veras le doliese ese golpe que ha dado, o como si echase de menos el golpe que no le han devuelto, como si ese golpe que no le han devuelto fuese como dicen de los brazos o las piernas amputadas, que no estando se sienten, que alguna vez estuvieron y deberían de seguir estando y sin embargo no, los golpes no sirven y van a tener que buscar otra cosa, van a tener que aprender otra igualdad, la igualdad del después, la igualdad consciente, y en realidad no sabemos si lo conseguirán, si volverá la fraternidad, si volverán a caminar a la par, a fumar a la par, a golpearse a la par, o si al menos la vida les irá dando momentos de sincronía con otras gentes, momentos de casi baile, momentos de casi tebeo, fraternidades sin lazo de sangre, fraternidades todo aire.
(Una madre deber ser querida, Yasujiro Ozu)

lunes, 20 de agosto de 2018

demórate aquí


Son dos mujeres, llevan algo a la espalda, no sabemos qué, quizás sea algo que vayan a vender al mercado o de puerta en puerta, están ahí paradas en un puente por la mañana, al poco se ponen en marcha y pasan otras mujeres cargadas como ellas, caminan por la calle, se alejan, ya no volveremos a verlas ni sabremos quienes eran ni qué llevaban a la espalda, porque la película empieza con ellas pero no va de ellas, va de un padre y un hijo, es extraño lo de empezar con ellas porque casi no volveremos a ver mujeres, es una historia de hombres, el padre es viudo y se ocupa solo de su hijo, hay un altar dedicado a la esposa muerta pero aunque les vemos hacer ofrendas y plegarias nunca vemos el altar de frente, no hay manera de saber cómo era la mujer, aunque se la recuerda casi no se dice nada de ella, quizás la vida con la mujer sea ya como una vida pasada, otro mundo muy diferente de este mundo de hombres, al principio el hijo es todavía un niño y vive con su padre, que es profesor, pero luego las cosas se irán torciendo, o simplemente irán cambiando, y el padre dejará de ser profesor, aunque cuando hable con su hijo todavía le quede algo de profesor, una mezcla de enseñanzas y consejos, ese no saber muy bien si lo que se está enseñando es matemáticas o a vivir bien, cierta idea del vivir bien, consejos sobre la vida y consejos sobre la salud, todo se mezcla, todo viene a ser igual, y el hijo tiene conocimientos de esos que son un poco de examen y solo por esa manera de hablar ya sabemos lo unidos que están, ese contagio cotidiano de las maneras de hablar y de pensar, sentimos todo ese tiempo pasado juntos y ya vamos sospechando que esto tiene que ir de separaciones, para qué hacer sentir la cercanía si no es para separarla, el hijo y el padre irán viviendo cada vez más lejos geográficamente, aunque seguirán viéndose de vez en cuando y harán cosas como bañarse juntos en un balneario, hay que verlos a los dos en la bañera humeante, más delgado y quizás más débil el padre que el hijo, o como ir a pescar, es lindo verlos pescar, se ponen el uno a lado del otro al borde del río, cada uno con su caña, y lanzan el anzuelo río arriba, lanzan el anzuelo y luego lo dejan bajar y luego lo vuelven a lanzar río arriba, no sé qué pez será este que se pesca así, en realidad no se ve ningún pez, quizás no consigan pescar nunca ninguno, lo avisa un monje, los peces por allí son muy astutos y se esconden muy bien, quizás ni siquiera haya peces y se pasen todo el rato así, anzuelo arriba anzuelo abajo en sincronía, sin pescar nunca nada, o quizás los peces sean como la madre, sean algo que une al padre y al hijo pero que está en un mundo invisible, quizás sea un misterio, algo entre ellos a lo que no podemos tener acceso, hay cosas que los personajes saben y nosotros no, hay cosas que ellos ven y nosotros no, aunque también puede ser que haya cosas que nosotros vemos y ellos no, quizás nosotros veamos que cuando un personaje dice algo en el fondo quiere decir lo contrario y no lo sabe, que cuando un hombre le dice a otro que no tiene que llorar lo que en el fondo está haciendo es ayudarle a, por fin, llorar, quizás nosotros veamos mejor que ellos la ausencia de mujeres en ese mundo en el que se han acostumbrado a vivir, quizás veamos mejor que ellos que lo menos importante de la pesca son los peces, que no es eso lo que veras quieren pescar, que a lo que van allí es a estar juntos y lado a lado, no cara a cara, dejando pasar el tiempo en un mundo en el que parece que las cosas buenas son, como en un poema, escasas a propósito, como ese breve momento de pausa al principio con las dos mujeres en el puente, ese momento de descanso juntas en lo que debe de ser un trabajo mañanero, un trabajo cansado, quizás lo que se pesca sea en el fondo ese instante que se demora, ese instante tan escaso y tan diferente de esas otras cosas de las que se habla, de la misión en la vida y el trabajo, sin que acabemos de saber cuándo el padre estaba de veras enseñando algo importante y cuándo se estaba equivocando, hay un vértigo en sentir la belleza de esos instantes y al mismo tiempo la repetición de las vidas, generación tras generación, con esas cosas que hay que inventarse para responder a preguntas tan pequeñas como para qué sirve una vida, para el sentido general o para el instante, para el trabajo o para la luz solar de cierto mediodía, y aún preguntarse qué sentido general sería aquel que tuviese en cuenta esa luz, ese mediodía, quizás estén pensando en eso al final, en un tren, el hijo y, de nuevo, una mujer, quizás estén pensando eso juntos pero no lo sabemos, no del todo, algo adivinamos pero lo que de veras piensan, lo que de veras sienten, es como los peces que antes se pescaban, como lo que las mujeres cargaban a la espalda, algo que solo ellos saben, algo que comparten ante nosotros, pero no con nosotros. 
(Había un padre, Yasujiro Ozu)

viernes, 17 de agosto de 2018

la ley de la gravedad



Es una escalera de noche, no es la primera vez que la vemos, con la luz que entra, con los paneles en varios tonos de gris a la izquierda, con la escoba colgada, ya la habíamos visto antes y a pesar de lo triste de la historia tranquilizaba un poco el ver esa escalera vacía, quizás porque estaba vacía, en lo vacío nada puede suceder, quizás nada bueno, pero tampoco nada malo, el vacío tiene esa tranquilidad, pero ahora la escalera ya no está vacía porque algo está cayendo, mirad ahí arriba, esa forma que coge un poco la luz, es una lata, una lata que un hombre acaba de tirarle a una mujer y que de rebote en rebote cae por las escaleras, esa lata podría ser una lata cualquiera pero creo que no, es una lata en particular, una lata que debía ser un signo de alegría, una lata que una mujer le había traído a otra mujer para que esta celebrase que su marido, al cabo de cuatro años, había vuelto por fin de la guerra, una lata de comida que debía ser una fiesta, porque es la posguerra y la comida está carísima, pero sucede que lo que debía ser una alegría ya se ha torcido, ya ha empezado a caer por su propio peso, porque la alegría y las buenas noticias en esta película no duran, a poco que alzan el vuelo ya hay algo que les recuerda la ley de la gravedad, parece que estén en un planeta de esos donde la masa es enorme y todo cuerpo se aplasta, hay que ver cómo están por los tatamis, hay veces que hasta se arrastran pero incluso cuando están sentados o arrodillados, como en tantas otras películas, esas mismas posturas parecen diferentes, los cuerpos se inclinan un poco hacia un lado, están en diagonal, se doblan en exceso, encorvándose, o se apoyan contra una pared, si están sentados o arrodillados es porque les pesa el cuerpo, es porque les puede el cansancio, hay momentos en los que la pena o la vergüenza los hace doblarse sobre sí mismos y entonces parece que quieran fundirse con el suelo, que quieran ser ya solo suelo, desaparecer, hacerse vacío, en el vacío nada malo puede suceder, pero no pueden hacerse vacío, siempre está ahí ese cuerpo que son, ese cuerpo bulto con el que tienen que vivir, y se podría decir que es una historia de mujer caída, ya sabéis, pero también de hombre caído, de hombre caído en su mundo de hombre, en sus ideas de hombre, de hombre que tiene la comprensión ligera pero la rabia pesada y que tarda y tarda en deshacerse de ese peso, que tarda tanto que casi es demasiado tarde, porque por esa escalera ya no cae la lata, cae la mujer, una caída como para matarse, durante un momento no sabemos si ella no se ha matado, dura el tiempo y quizás haya que pensar que sí, que se ha matado, quizás haya que pensar que en la vida también está lo irremediable y quizás lo que pasa después sea como un final alternativo, quizás cuando ella se mueva y se levante sea como si fuese en otra película, en una película que después de lo irreparable cuenta lo que podría haber sido, o quizás no, quizás de veras ella se levanta, quizás de veras sube la escaleras con su pierna herida, quizás de veras camina y se arrodilla y se vuelve a tener en pie abrazándose al hombre, y quizás sea porque el tenerse en pie no sea cosa de no caer nunca, sino de caer y poder levantarse, quizás el tenerse en pie no sea algo que se aprende para siempre, quizás sea algo que haya que volver a aprender, como recordando de cuentas caídas estuvo hecho el aprendizaje, de cuantas caídas puede volver a estar hecho, tenerse en pie no es algo que se tenga ya para siempre, es algo que cada día se hace o se deja de hacer, es algo difícil, parece que no pero es difícil, y en realidad es algo que necesita también a la ley de la gravedad, sin ley de la gravedad no nos tendríamos en pie, nos tenemos en pie contra ella, nos tenemos en pie con ella.
(Una gallina en el viento, Yasujiro Ozu)

miércoles, 15 de agosto de 2018

el regreso del hombre perro



Es un teatro de una pequeña ciudad, un teatro tan de andar por casa que dejan a dos niños estar ahí con los brazos apoyados en el escenario, en la obra hay un señor que quizás sea un samurai, que seguro que es un borracho, porque se tambalea como un borracho, lo hace muy bien el actor que hace de actor que hace de samurai, y también hay un perro que no es un perro actor, es un niño disfrazado de perro, un niño que no se acuerda de llegar a tiempo al escenario y que tampoco se acuerda de que ahí subido tiene que ser más perro que humano, le recoge la pipa al samurai borracho, se pone de pie, esas cosas que hacen los humanos, y el actor que hace de samurai hace esas cosas que hacen los humanos con los perros, en este mismo momento le está tirando algo que quizás sea una piedra de mentira a la cabeza y el niño de nuevo va a reaccionar como humano, no como perro, se va a poner de pie y se va a poner a llorar, no es que le oigamos llorar, la película es muda, es un gesto de los brazos y de los puños que vienen delante de donde estarían los ojos si no los ocultase el disfraz, con eso ya sabemos que llora, con eso hasta le oímos llorar, y en realidad no acabamos de saber si esa piedra se la tira el actor o se la tira el personaje del samurai borracho, porque el actor en la vida real es un poco como el samurai borracho, es un poco violento, cree que puede resolver las cosas a golpes, cree que puede resolver las cosas tratando a los otros como si fuesen perros, así que podría estar dirigiendo al niño actor a golpes, pero creo que no es eso, creo que en este momento preciso la piedra es cosa de la obra, porque el perro de mentira se supone que va siguiendo al samurai y le va ladrando, es uno de esos perros que de pronto les da por seguir a alguien y ya no se paran, más tarde sale uno así, que sigue al actor por la calle, y el actor se da la vuelta y le intenta asustar, y el perro reacciona como un perro, recula un poco, no se pone de pie y a llorar, es un perro perro, no un perro niño, aunque también vemos a un enjambre de niños seguir al actor por la calle sin echarse a llorar, hay algo liberador en ese enjambre de niños que son como una especie animal diferente, hay algo liberador en que no acaben de ser humanos, en que sean un poco niños perro, e incluso el niño este que no se acuerda de ser perro en el escenario luego va cada dos por tres con su traje de perro fuera del escenario, no consigue ser nunca del todo perro pero tampoco deja nunca de ser un poco perro (y cuando van a subastar ese traje huele mal, huele a que se ha hecho pis dentro del traje, qué gracia tienen los chistes de pis), es un niño perro con un animal de compañía que es un animal de mentira, una hucha gato con una única moneda, una hucha gato que es al mismo tiempo su único juguete y su único dinero y que su propio padre le intenta robar para comprar tabaco, así que el niño perro que tiene que defender su hucha gato, ahora va a resultar que los perros defienden a los gatos, todo puede ser, al fin y al cabo luego van los humanos y tratan a otros humanos como perros, a golpes, quizás sean humanos samurais, aunque con el tiempo y la reflexión esos humanos samurais aprenden a suavizar esos gestos, y el golpe acaba por convertirse en palmada, quizás fue así, el primer perro, el primer hombre, un golpe que se volvió palmada, qué cosa extraña es una palmada, recuerdo de golpe que ya no es, contacto de mano a cuerpo, aquí estás, aquí estoy, aquí estamos juntos y estamos contentos simplemente de eso, de estar juntos, de comprobar que estamos tan cerca que nos podemos tocar, en realidad, bien visto, somos un poco perros, hay que ver la alegría del actor cuando está con su hijo que no sabe que es su hijo, es una alegría inexplicada, una alegría simplemente de tiempo y espacio compartido, es como las fiestas que le puede hacer el perro al humano, puede ser al fin y al cabo que esté bien ser un poco humano perro y tratarse no como el humano trata al perro, sino como el perro trata al perro, quizás al fin y al cabo la historia vaya de eso, de esos cariños de simplemente estar juntos, compartiendo el tiempo y el espacio, de esos cariños y del tiempo que llevan y del vacío que a veces dejan.
(Historia de una hierba errante, Yasujiro Ozu)

domingo, 12 de agosto de 2018

el teatrillo del cigarillo


Hay un hombre y una mujer y entre ellos median un cigarrillo y una cerilla, y el suspense es saber si esa cerilla llegará a encender ese cigarrillo, si se llegarán a tocar fuego y cigarrillo, que sería como si se tocasen hombre y mujer, como si se tocasen sin hacerse daño, porque en realidad el hombre durante casi toda película si se acercaba a alguien, si se ponía a mano, parecía que solo podía ser para golpearle o retorcerle el brazo, no sabía hacer otra cosa el hombre cuando no pasaba lo que él quería, y en realidad nada conseguía a golpes, más bien parece que los personajes que consiguen algo son los que consiguen guardar la distancia adecuada, los que saben acercarse pero también alejarse, a algunos de ellos les debe de venir de oficio, porque el hombre y la mujer y otros más en realidad son actores de teatro, aunque casi nunca los vemos actuar, a ella un poco, a él nunca, más bien los vemos maquillarse y desmaquillarse y dejar que pase el tiempo en la tarde calurosa hasta que llegue la hora de actuar, pasan más tiempo entre representaciones que en escena, y durante ese tiempo se mienten y se hacen daño y se mueven a escondidas el uno del otro, son un teatrillo ambulante, el hombre cuando miente sonríe mucho y se le aceleran los movimientos o saca un cigarrillo, cuanto fuman los actores de teatro en esta película, debe de ser una manera de llenar el espacio y el tiempo, algo con lo que ocuparse y algo que dar a mirar a los demás mientras se disimula, mientras se está  intentando hacer otra cosa, como los trucos de manos de los magos, o también algo con lo que ponerse en escena para sí mismo, algo con lo que distraer los nervios o el hastío, algo con lo que hacerse trucos de manos a uno mismo, el cigarrillo es un poco de teatro que se cuela fuera del escenario y a falta de verle en el teatro es de lo poco que le vemos actuar al hombre, su teatrillo itinerante de mentiras y broncas, la verdad es que no actúa muy bien fuera de los escenarios, cuando miente se le nota y cuando se enfada pierde el control, cuando se enfada actúa muy mal, supongo que a casi todo el mundo le pasa, se nos descontrola el espacio y el tiempo, perdemos el ritmo del cuerpo, este hombre da golpes o grita insultos, hay que ver cómo le grita a la mujer, con una barrera de lluvia entre los dos, cada uno de un lado de la calle, con la violencia de la lluvia sustituyendo por una vez a la violencia de los cuerpos, si eso fuese un escenario seguro que ya todo el mundo se habría ido del teatro, qué gestos más poco medidos, qué bronca más previsible, al final resulta que para este hombre nada va del escenario a la vida y puede ser que tampoco vaya nada de la vida al escenario y que por eso las representaciones sean un fracaso, el hombre no es como una chica joven de la compañía, que sí sabe llevarse los trucos de la escena a la vida, que sí sabe jugar con las distancias, con el acercarse y alejarse, hay que verla apoyada contra un barco, hay que verla alejarse por un pasillo oscuro, no es solo el teatrillo de la seducción, pasada la seducción y llegado el amor todavía le queda por reflejo ese sentido de la escena, ese sentido de la distancia, eso que el viejo actor ha olvidado y que a última hora quizás recuerda, capaz por fin de acercarse sin golpear, capaz al fin de hablar sin acelerarse, capaz de fumar lentamente, capaz de traerse un poco del ritmo del escenario al ritmo de la vida y así, quizás, recordar también qué era el escenario, qué eran sus distancias y sus tiempos, y, de nuevo, volver a ser en el escenario, más allá de la rutina, actor. 
(La hierba errante, Yasujiro Ozu)

jueves, 9 de agosto de 2018

la velocidad de las ilusiones


A la izquierda hay un jeep de juguete al que le faltan las dos ruedas de atrás, a saber dónde estarán esas ruedas, a saber si algún día reaparecerán, y a la derecha hay un tren de juguete con sus vías que hacen curva, pero lo que el niño más grande tiene en las manos no es un juguete, aunque iba envuelto, como van envueltos los regalos, no es un juguete, no, es un pan, ni siquiera un pan de juguete, un pan pan, y la cara del niño, como de asombro al ver el pan, un asombro un poco decepcionado, es la cara de alguien que se había hecho ideas, que se había hecho ilusiones, porque el niño había pensado que eso que había traído su padre en un paquete eran vías nuevas para su tren de juguete, y el caso es que el padre no había dicho nada como para pensar que pudiesen ser vías, pero aún así el niño se había hecho la ilusión, su ilusión había nacido en un instante, había viajado más rápido que la razón o la costumbre, hay veces que a la ilusión no se la puede parar, hay veces que uno sabe que se está haciendo ilusiones y que no hay razón para ello y sin embargo no puede parar, y al niño ni siquiera le había dado tiempo a pensar que se estaba haciendo ilusiones, así que a la decepción le va a seguir el enfado, porque una ilusión no viene y se va sin más, una ilusión tarda mucho más en irse que en llegar, así que el niño va a ir a ver al padre, seguido por su hermano pequeño, y le van a dar patadas al pan, y el padre se va a enfadar y les va a regañar y ellos se van a ir, enfadados, decepcionados, y al caer la noche todavía no habrán vuelto y todo el mundo estará muy preocupado, y uno puede pensar que ese enfado es cosa del mundo de los niños, en esta película hay mundos así, que no se pueden entender del todo desde el mundo que se les opone, el mundo de los niños y el de los adultos, el mundo de las solteras y el mundo de las casadas, el mundo de los viejos y el mundo de los que todavía tienen mucha vida por delante, como si la vida fuera ir pasando de mundo en mundo y que el mundo pasado o el mundo por venir te resulte un poco extraño, algo hay de eso al final la película, una manera de sentir que la vida es en realidad una cosa muy extraña si se ve con un poco de distancia, si se ve como en un mapa, con sus países o mundos bien separados y el asombro de que se haya podido vivir en mundos tan diferentes, pero también pasa en la película que esos mundos no son tan diferentes, hay rasgos que se mezclan, las jóvenes solteras juegan como los niños, a pillarse, a correr, a hablar en claves privadas, los adultos comen tarta a escondidas de los niños (qué lindo todo lo que pasa con las tartas en esta película), las solteras a veces saben más de la vida de casada que las casadas y todos, antes o después, se hacen ilusiones y se enfadan si no pasa lo que habían imaginado, también el padre de los dos niños se ha hecho ideas sobre la boda de su hermana, se ha convencido de que le habían dicho algo que nadie le había dicho, y cuando descubre que las cosas no son así también se enfada, como sus hijos con el pan, la verdad es que tiene bastante mal pronto ese hombre, quién lo diría, a veces parece de lo más ingenuo, como un niño, y a veces parece de lo más irascible, como un niño, sí, tiene ingenuidades de niño y enfados de niño, pero ahora es adulto y esos enfados tienen más poder, eso preocupa un poco, aunque pronto se le pasan, y no solo él se hace ilusiones, se hace ideas, les pasa a casi todos, se hacen ideas y ya les parece que son realidades, hay una chica, una de las dos solteras, que le dice a una casada que la felicidad no es más que anticipación, como ir a las carreras pensando en a qué caballo vas a apostar y al poco ponerse a imaginar en qué vas a gastar el dinero que vas a ganar, y aunque ella no habla de la decepción que te puedes llegar si pasa lo lógico, si tu caballo no gana, ya nos la imaginamos nosotros esa decepción, uno no puede evitar la velocidad de las ilusiones, la velocidad a la que viene una idea, aunque también pueda ser, claro, que alguien se haga ilusiones y no crea en ellas y aún así las diga y eso cambie varias vidas, que las ilusiones más irreales se hagan reales, y hay que ver también cómo Noriko, la hermana soltera, de pronto decide lo que va a ser su vida, de pronto ve y piensa algo que antes no había pensado, o que andaba ahí durmiendo, esperando a ser pensado, a ser de veras pensado y dicho, las ideas parece que vienen de pronto, pero tampoco es verdad, porque eso que Noriko decide de pronto era algo que había ido creciendo en ella sin que se atreviese a de veras pensarlo, y la ilusión que se hace el niño al ver el paquete tampoco viene de ninguna parte, viene del deseo de vías que en él había ido creciendo, un deseo que había crecido tanto que cualquier paquete que llegase no podía ser más que eso, vías, y las ideas que el hombre se había hecho sobre la boda de su hermana venían de algo aún más fuerte y difícil de contrariar que el deseo de vías, venía de las costumbres y tradiciones, de lo que se supone que es la vida y el cómo se hacen las cosas, y cuando una ilusión está ahí parece que no vale de nada gritar, no en el mundo de esta película, hay que dejar tiempo para que pase, eso les pasa a los niños con las vías, eso le pasa al hombre con su hermana, eso quieren creer que le va a pasar a ella, pero no, porque lo que a ella le ha pasado no es una ilusión, es una decisión, no es algo que le vaya a venir desde afuera, como el premio en las carreras, como las vías que trae el padre, es algo que ella puede hacer, es algo que ella va a hacer, y quizás resulte finalmente que la felicidad sea otra cosa que anticipación, otra cosa que ilusión. 
(Principios de verano, Yasujiro Ozu)

martes, 7 de agosto de 2018

un uso del té


Este señor se llama Shuhei Hirayama y trabaja de jefe en una oficina de una fábrica, una fábrica que no se sabe qué fabrica aparte de humo, se ve mucho humo por la ventana de la oficina, y esta noche, de casualidad en casualidad, ha acabado en un bar con un mecánico que en otro tiempo fue soldado suyo, porque este señor sonriente y con bigote resulta que en otro tiempo, durante la guerra, fue capitán de un barco. 
Es extraño verle así, sonriente y un poco despistado, y pensar que alguna vez estuvo al mando de un barco hecho para matar, es extraño en esta película ver a los personajes y pensar que ahí, hace no tanto, estuvo la guerra, que esas calles, quizás, fueron ruinas de los bombardeos, los vemos en este presente de problemas para casar a una hija o comprar una nevera y de vez en cuando alguna palabra nos recuerda los bombardeos, nos recuerda las evacuaciones, el tiempo en el que una mujer que siempre vestía kimono se acababa poniendo los pantalones de su marido para huir mejor.
Es extraño y sin embargo ese pasado que casi no se puede adivinar está ahí, como está ahí la juventud de los tres amigos ya mayores que se reencuentran para comer, beber y hacer chistes más o menos malos, en realidad la película cuenta cuarenta años de vida, en unos días de principios de los sesenta nos da la profundidad del tiempo que ha pasado, y que se nota que ha pasado porque ahora los vemos ahí y pensamos que vieron la guerra y con sus movimientos un poco ridículos es difícil pensarlo, es difícil adivinar en sus ojos lo que esos ojos han visto, y también porque los movimientos de este señor son un poco lentos, porque su esposa ya murió, porque hay un viejo profesor en el que se puede ver que el tiempo que pasa son días y días que se pueden vivir bien pero también se pueden vivir mal, una vida marcada por algo que podría haber sido y no fue, debió dejar que su hija se casase y no lo hizo.
Si no fuese porque el señor Hirayama se encuentra con su antiguo soldado, un hombre un poco redondo que no es tan gordo como parece, quizás nunca habríamos sabido que fue capitán de un barco, y es que él no habla nunca de eso, no es como el soldado que recuerda y recuerda ese tiempo de guerra y que en ese bar a menudo escucha un viejo disco, una marcha militar imperial, la música que imaginamos escuchaban en tiempos de guerra por la radio, antes de los partes, y que ahora la dueña del bar ha vuelto a poner, por eso están todos con la mano delante de la cara, que así sin gorra ni contexto quizás no lo podíais adivinar, pero es un saludo militar, un saludo que le quitas la gorra y no se entiende y más bien resulta un poco ridículo, como si hiciesen burla.
La dueña del bar, por cierto, parece ser que se podría parecer a la esposa del señor Hirayama, al menos si la ves de lejos y ella está mirando hacia abajo y solo te fijas en una parte indeterminada de de su cuello, lo dice él, y es una manera graciosa de pedirnos que imaginemos el pasado, que imaginemos lo que nunca vemos ni veremos ya, de tal manera que en realidad nos resulta imposible imaginar, además la mujer tiene una cara un poco graciosa, una cara que nos cuesta pegar con lo que creíamos adivinar de ese pasado, así que más bien es como decirnos que podemos intentarlo pero que, la verdad, no lo conseguiremos, el pasado está allí y podemos sentir su espesor, pero no podemos revivirlo. 
Antes de poner la canción y de ponerse la mano delante de la cara y hasta de desfilar un poco, desfilar de broma, el antiguo soldado del señor Hirayama se había preguntado cómo es que perdieron la guerra, cosa a la que ninguno de los dos pueden responder, y también cómo habría sido si la hubiesen ganado, en vez de jóvenes japoneses bailando rock habría habido jóvenes americanos tocando el shamisen, y piensan que quizás estuviese bien que no ganasen la guerra, y la verdad es que es gracioso oír todo eso y también un poco triste, porque es como si la guerra no hubiese tenido lugar y sin embargo tuvo lugar, y dan ganas de preguntarse no qué habría pasado si Japón hubiese ganado la guerra sino simplemente qué habría pasado si no hubiese habido guerra.
En realidad esto de preguntarse por lo que podría haber sido, por los momentos en los que algo podría haber bifurcado y el mundo, o al menos una vida, unas pocas vidas, podría haber sido diferente, no es algo en lo que piensen solo cuando han bebido y recuerdan la guerra, también el viejo profesor lamenta el momento en el que pudo haber casado a su hija y no lo hizo, y al final la hija del señor Hirayama se casa con quién se casa, y no con otro hombre, porque alguna pregunta se hizo demasiado tarde y otras se dejaron sin responder.
No sólo cuando han bebido piensan en lo que pudo haber sido y no fue, pero en realidad casi siempre están bebiendo, antes y después de pensarlo, una vez pensado sólo queda beber y quizás llorar, y sobre todo bebe el señor Hirayama, casi todas las noches le vemos volver a casa borracho, hay que ver lo que aguanta, aunque bien visto se le acaba por doblar un poco la espalda y el alcohol le da sed, al final de la película se hace té y no sabemos si es por hacer algo, para no llorar, para dejar de llorar, o si es para hacer pasar un poco el alcohol, un acto reflejo en un momento de tristeza, un acto reflejo que quizás sirva para que a la mañana siguiente le duela un poco menos la cabeza, le pese un poco menos la resaca, y no tenga que hacerse preguntas sobre la noche anterior, como si el alcohol pudiese borrar los días pasados y el té pudiese borrar el alcohol bebido y así no tenga que preguntarse al día siguiente, una vez más, qué sería esta mañana si ayer hubiese bebido un trago menos, qué habría sido si las cosas, ayer, siempre, hubiesen sido, de alguna manera, diferentes. 
(El sabor del sake, Yasujiro Ozu)

domingo, 5 de agosto de 2018

la gracia de enhebrar



No habría que decir mucho, simplemente que parece que se van a poner a bailar, simplemente que parece que ya bailan, una coreografía de esas que no se sabe dónde termina el gesto no bailado y dónde empieza el baile, hay en esta película momentos así, momentos de sincronía caminando, todos al mismo ritmo, llaves que saltan de la mano derecha a la mano izquierda sin más razón que el placer del gesto, el placer de que las cosas vuelen, momentos en lo que el siguiente paso ya podría ser bailado y sin embargo no, no se llega a bailar, y hay también momentos en los que uno se echa a reír sin que haya de veras un gag, simplemente un apunte de gag, por ejemplo dos señores que se ponen a jugar cada uno con su pipa, rimando el uno con el otro como si fueran Hernández y Fernández, como si a un paso estuviera ya el tebeo, y también es cierto que no son pipas cualquiera, tienen toda una historia, una historia que también rima, las cosas de dos en dos tienen más gracia. 
También pasa, claro, que ellas se mueven casi a la par pero no, y se miran y se sonríen como si ese moverse en rima fuese un juego, pero no están solas en ese ritmo, no están solas en ese baile, porque también juega la cámara, también juega el cambio de plano cuando la chica se echa hacia atrás y pasamos del cercano al general, hay un placer de la precisión, como sucede también un poco antes, cuando ella se pasa la mano por la cabeza, es lindo ver algo tan preciso, como un hilo que sin temblar pasa por el ojo de la aguja, como un equilibrista que camina por la cuerda sin esfuerzo, como la bailarina que vuelve baile el gesto cotidiano o que el engarza puño lanzado al aire y el gesto de echarse hacia detrás, un gesto concluyéndose en otro sin que podamos detener el momento preciso de la transición. 
En realidad ese gesto del puño lanzado a alguien que no lo ve ya había aparecido antes, era un niño que boxeaba el aire que había entre él y su padre vuelto de espaldas, un niño que boxeaba el aire sin más, sin que nadie resultase herido, es la gracia de boxear el aire, que se suelta el músculo pero no pasa nada, es un gesto que nadie va a recordar, y además en la película ese gesto no importa nada de nada, quizás rima con el tema de la distancia entre las generaciones, pero rima sin más, de todas maneras nunca volveremos a ver al chico, quizás simplemente diga que estas cosas, en general, importan pero tampoco no hay que tomárselas muy en serio. 
La chica lanza su puño hacia un tren que ya no está ahí, al fondo entre los edificios, un tren en el que va una amiga de las dos chicas que se ha casado y que se va de viaje de novios, o que se va a vivir a otro lugar, la verdad es que no lo sé, esto otro lo acabo de pensar, y lanza el puño porque esa amiga no las ha saludado desde el tren con su ramo de flores como había prometido y no saben muy bien el porqué, pero eso y el hecho de no haber sido invitadas a la recepción les hace pensar que las personas con el tiempo se distancian, y que se distancian más aún cuando se casan, como si casarse fuese acelerar el tiempo, dividirlo en dos, hacer una frontera entre un momento y otro de la vida. También puede ser, claro, que le tocase estar sentada junto a la ventanilla del otro costado del tren, esas cosas pasan y a veces lo que de un lado tiene mucho sentido del otro lado simplemente es mala suerte. 
Ved, ved cómo pasa el tren allí al fondo entre los edificios, ved todas esas camionetas rojas, como si fuesen de una marca de refrescos, como si fuesen de un musical de esos donde el mundo entero está recoloreado para la ocasión, porque si el mundo no está recoloreado resulta mucho más difícil creerse que toda esa gente se ponga a bailar, y sobre todo que se pongan a cantar. 
Luego los personajes vuelven a venir aquí arriba, a apoyarse en esa barandilla, y bastará por ejemplo que la chica con el vestido más claro vuelva aquí, mientras los compañeros juegan a la pelota y al bádminton, y vea pasar un tren, uno cualquiera, para que sepamos que está pensando en su posible matrimonio. Más tarde bastará que la otra chica esté ahí apoyada, hablando con un compañero de trabajo, mientras los compañeros de nuevo juegan a la pelota y al bádminton, para que veamos la imagen del tren sin que haga falta mostrárnosla, para que sepamos que el lugar hacia el que miran es el lugar por el que pasan los trenes y que ellos puedan hablar de viajes sin que haga falta ver de nuevo pasar un tren e incluso para que más tarde, cuando ya han tenido lugar las despedidas, no haga falta ver ni trenes ni barandillas, como si las imágenes que lo significaban se hubiesen ido borrando y ya sólo quedase la sensación de la separación, la sensación de la distancia, como si la gracia final de las rimas y de los gestos de baile estuviese en el momento en el que se desvanecen, como si se tratase de crear tren a tren, paso a paso de casi baile, un mundo con la gracia y la belleza suficientes como para que su desaparición se sienta como ausencia, un mundo que merezca la pena echar menos. 
(Otoño tardío, Yasujiro Ozu)