jueves, 22 de noviembre de 2012

Aventuras de Robinson Crusoe

                                                                            Para José Antonio Escrig













No es Buñuel un autor de películas redondas, de películas totales. Con una excepción: Él, su película más precisa, más rigurosa, su película mejor dirigida. Tal vez también El ángel exterminador, pero por otros motivos, como puro objeto cinematográfico, objeto irreductible cuyos sentidos o variaciones pueden multiplicarse hasta el infinito.

El resto de su obra se caracteriza por la imperfección, la tosquedad, momentos de emoción increíble, momentos cuya lógica es la de los sueños (¿Pero sabemos en realidad qué lógica tienen los sueños? Cuando recordamos un sueño, cuando contamos un sueño, ¿contamos realmente el sueño que tuvimos?), momentos de cierta dejadez, incluso de desprecio formal.

Hay una película de Buñuel que a mí me gusta mucho, es de 1952, está rodada en inglés y se llama Aventuras de Robinson Crusoe. Se ha hablado mucho de la humanidad de Buñuel. La humanidad de Buñuel se puede encontrar en sus películas, por supuesto, y también en su sentido del humor. Porque Buñuel no es un inventor de fórmulas brillantes como sí lo es por ejemplo Dalí, sino que utiliza el humor para expresar algo que le sale del alma, que es verdadero y honesto y que no puede expresar como artista porque sabe que nadie puede estar seguro de nada y en ningún momento pretende engañarnos.

Es por esto quizás por lo que Buñuel sigue siendo el más grande. No nos engaña. No nos promete nada. Por eso sus películas pueden acompañarnos durante mucho tiempo.

Pero quería hablar de Aventuras de Robinson Crusoe: He dicho que me gusta mucho pero no he dicho la verdad: la verdad es que es la película suya que yo prefiero. Quizás porque Buñuel, perdido en el océano, perdido en una lengua que no es su lengua materna (que ni siquiera es su segunda lengua), lejos de todo, de los surrealistas, de los amigos de Madrid, por primera vez no filma para sus amigos (qué plano le gustaría a Breton, qué plano le gustaría a Alberti...) sino que filma las cosas como si las viera por primera vez.














Pero no sólo es eso: creo que es en esta película donde queda más patente la humanidad de Buñuel. El aprendizaje de la vida, la muerte del perro, el encuentro con Viernes, la ausencia de mujer, hasta el sueño (tosco pero cervantino) están rodados con una profunda emoción y sobre todo, sin idealizar nada, sin falsas promesas de un mundo mejor. Para mí va más lejos que Renoir, Chaplin o Rossellini en esa manera de estar directamente con las cosas, de filmar al ser humano tal como es con sus contradicciones, sus alegrías y sus miserias.
Esto no quiere decir que no me gusten el resto de películas de Buñuel. Al contrario. Hace que aún me gusten más. Porque Buñuel deja sobre todo una obra, es el autor de una obra más que de películas sueltas.
Tristana, por ejemplo, es otra película inclasificable. Una película cuyo argumento casi nadie puede resumir y que sin embargo deja una huella imborrable tanto en cinéfilos como en no cinéfilos. Sin embargo, y esa es su virtud, es la película de Buñuel en la que menos cosas suceden y en la que menos escenas surrealistas aparecen. ¿Recordáis lo que hace Fernando Rey cuando se entera de que Tristana está de vuelta en la ciudad? Las manos se le van hacia las peladuras de naranja que están sobre la mesa. Momento de pura emoción, irracional, indefinible. ¿Y cuando Tristana le rechaza la noche de su boda? Se va lentamente hacia el brasero, a calentarse.










Hay, entre los cineastas modernos, un heredero de Buñuel, alguien que sabe que no se puede saber nada o casi nada y que no pretende engañarnos. Sus películas también son a veces toscas e imperfectas, incluso formalmente descuidadas. Nació en Corea del Sur y lo que nos deja se va pareciendo cada vez más a una obra.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Lo que él vio (de niñez y televisión)




 

Nada como dar por azar con una serie de televisión que nos marcó en la infancia. Nada como no dar con la serie original sino con un remake. Si además es sábado por la noche y el domingo uno se tiene que levantar temprano (muy temprano) para ayudar a un amigo en una mudanza y además puede ver cuatro episodios seguidos, el efecto es maravilloso.

La serie se llama "V" y a mí, como a mucha gente, los primeros episodios de la serie original me marcaron mucho. Yo me pregunto si en el fondo no sería de algún modo una de mis primeras experiencias cinematográficas más auténticas. Y algo de aquella impresión, de aquella huella quedaba porque me tragué los cuatro episodios con interés, como si despertase en mí algo que estaba en los íntimos hábitos de la sangre, que decía Borges.

Sin embargo la serie, el remake, en el fondo, no me gustaba. No me gustaban los personajes. No me gustaban los efectos especiales. No me gustaba casi nada. Pero la veía sin pestañear.

Recuerdo que de niño yo no veía mucho la tele, mucho menos que otros niños. Pero recuerdo que el estreno del último videoclip de Michael Jackson levantaba casi tanta expectación como el estreno de Terminator 2 o de Batman. Eran, de algún modo, cosas parecidas, no muy diferentes entre sí.
El recuerdo de la serie original y el visionado de estos capítulos del remake de "V" me confirman algo que he pensado muchas veces: que un niño, en el fondo, puede ver cualquier cosa, puede verlo todo. El mundo interior y la imaginación de un niño son tan grandes, tan superiores, que son capaces de estimularse no sé si con cualquier cosa pero sí con algo mínimamente bien hecho.

Weerasethakul ha hablado muchas veces del impacto que produjo en él la película ET. Yo estoy convencido de que lo que él vio es mucho mejor, mucho más grande, que lo que la película es. Y de que es de eso que él vio de lo que están hechas sus películas.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Notas sobre Numéro deux

  


 
 
 
 
 
 
 
 

 

 
 
I
 
Godard, con pocos medios, adivinando, hace una de sus películas, en mi opinión, más grandes, directa, artesanal, audaz y muy honesta. No me parece una película nihilista o depresiva o triste como muchos han señalado. Y la alegría y la emoción que uno siente, que yo he sentido, no tienen que ver solamente con el hecho de que esté bien hecha, de que formalmente esté tan conseguida o de que sea una película que me concierne, que me dice tantas cosas sobre mí mismo, cosas que duelen porque están vivas, sino también con algo superior. Porque Godard no mira a esa familia desde fuera, tampoco desde dentro, sino que sencillamente está con ellos: los encuadres en vídeo son de una justeza extraordinaria, esto no es naturalismo ni sé lo qué es, tal vez desde los operadores Lumière no se filmaban las cosas tan directamente, tan como son, tan en bruto, desde el único punto de vista posible. Y sin embargo, si Godard no filmara esos monitores con su cámara de cine, la película no existiría. Las pantallas en vídeo no son ventanas, ni puertas, ni ojos de cerradura pero tampoco sé lo que son (¿marcos?, ¿como el marco de un cuadro? ¿Iluminaciones? ¿como en los libros, en el sentido rimbaldiano?), una manera no sé si de salvar a los personajes pero sí de liberarlos, estando con ellos, filmándolos.
 

II
 
Tal vez Godard nunca fue tan maestro, tan pedagogo como en esta película. Precisamente por no pretender serlo. Aquí se habla de un niño y una niña, un hombre y una mujer, un abuelo y una abuela. Con sus problemas de hombres, como dice la canción de Ferré. Nada más. En esta película no le hace falta recurrir a la Música ni a la Pintura como en otras ocasiones (y tan bien) ha hecho para expresarse. Cuando parecía que ya lo sabíamos todo o casi todo sobre los hombres y las mujeres, sobre los niños, sobre la vejez, sobre el sexo, llega Godard con esta película y nos dice que no, que en el fondo no sabíamos nada o casi nada. Y sin amargura.
 
 
III
 
En esta película, como en otras suyas, Godard habla. Habría que editar alguna vez un disco con todos los momentos en los que ha sonado la voz de Godard, todos los momentos en los que la voz de Godard fue grabada (en sus propias películas, en películas de otros, en la tele...). Sería un objeto maravilloso. Porque su voz, su fraseo, es inimitable. Raras veces uno tiene la impresión de ver la inteligencia au travail. Esa mezcla de humor, honestidad, dureza y elegancia que de algún modo nunca se equivoca porque lo que importa es sobre todo la melodía, el fraseo, más que el contenido, la letra.