domingo, 20 de mayo de 2012

en el umbral



¿Qué esperas de un actor? Pocas cosas. Pocas pero dificiles. Que su rostro pueda quedar transfigurado por una sonrisa, por ejemplo.

¿Por qué piensas esto? ¿Por qué vuelves a pensarlo? Porque ayer por la noche, en la Filmoteca, Jacques Rivette, le veilleur, el documental de Claire Denis.

Uno empieza a ver la película por sus palabras, esperando lo que tenga que decir el cineasta, lo que le haga decir Daney.

Pero la película va avanzando hacia la noche (parte uno día, parte dos noche) y uno se va dando cuenta de que ya no anhela las palabras, sino los silencios.

La película se toma el tiempo de esperar. Esperar a que lleguen las palabras, a que emerjan del silencio. Y parece que ese silencio al que Claire Denis no renuncia está allí para dar valor a las palabras. Como un marco.

Y no. No es el silencio el que da valor a las palabras. Son las palabras las que van dando valor al silencio. El silencio es la respuesta. Es el secreto. El secreto visible.

Una película echa del día y de la noche. Como en Murnau.

(Además de Rivette y de Daney, además de los fragmentos de la películas y de los lugares de París que están pidiendo ser filmados, dos actores aparecen hablando de Rivette. En la primera parte Stevenin. En la segunda Bulle Ogier. ¿Stevenin actor diurno y Bulle Ogier actriz nocturna? Recordemos Duelle. El duelo de día y de la noche.)

Una película hecha de palabras y de silencios. De silencios y de sonrisas.

Rivette es uno y es otro. Es aquel que habla y aquel que calla. Aquel que se ausenta y aquel que sonríe. La más bella de las sonrisas. La sonrisa que transfigura un rostro. Piensas de pronto en William Dafoe en Go Go Tales. Otra sonrisa que ilumina. ¿Por inesperada? ¿Porque realmente el rostro cambia por completo, porque el sonreír afecta a todos los rasgos? Quizás hay algo más. Sonrisas de quien no sonríe cuando no sonríe. Que se guardan las sonrisas para cuando son de verdad. Pero entonces sonríen por completo. Y entonces resurge otro tiempo, otro mundo. ¿La infancia en esos rostros angulosos?

Una película, íbamos diciendo, hecha de palabras y de silencios, de silencios y de sonrisas. Claire Denis una y otra vez vuelve a ese rostro, a esas manos, a esos andares.

¿Puede su rostro decirnos más de un cineasta que sus palabras? Y en la palabras ¿puede decirnos más el tono que la letra? ¿Se ve en el rostro, en el cuerpo de un cineasta, su cine? Eso parece preguntarse, poco a poco, la película. Como si llegase con una pregunta y poco a poco descubriese que hay otra más importante. La respuesta es parcial: en el caso de Rivette sí.

(Y en la película Rivette nos recordaba que el cine es alternancia de imagen y oscuridad. Imagen 24 veces por segundo. Oscuridad 24 veces por segundo. El día y la noche. La palabra y el silencio. Lo visible y lo invisible. Dos mundos paralelos.)

Así que en su silencio, en su sonrisa, en sus andares, en los gestos de sus manos, vemos su cine. ¿Una respuesta? ¿Una respuesta al secreto? No. Pero el secreto visible. El secreto al desnudo, frágil e inalcanzable. Vemos lo que no podemos ver. Lo que nunca veremos realmente. Lo que de un ser siempre se nos escapará. Vemos que no vemos. No es tan fácil. No es tan frecuente. Sentir la presencia del secreto, el signo de ese mundo invisible que se encuentra en el otro, en ese que tenemos enfrente. Como un signo de esa oscuridad 24 veces repetida por segundo, esa oscuridad que podemos sospechar pero no ver.

El secreto mejor guardado es la presencia del secreto. Lo que ocultamos es que hay un secreto que nunca, nadie, ni aunque nosotros quisiéramos, podrá ver, podrá compartir. Ocultamos esa presencia del secreto en nosotros. La olvidamos en los demás.


¿Qué esperas de un actor? Que me haga sentir que nunca lo podré conocer. Que saque a la luz la existencia de su secreto. Que me muestre la puerta, imposible de abrir, que conduce a su vida paralela.

lunes, 7 de mayo de 2012

¿Pequeño o grande?




I

Desde hace unos meses me ha dado por ver en Canal+ Francia Le Grand journal y Le Petit journal. El grande y el pequeño.

Desde hace unos meses vengo reflexionando sobre ambos. Me digo: ¿Por qué me gusta el pequeño y no el grande? Lo instintivo es decir que por pequeño, por no tomarse en serio, por divertido, por (dentro de lo que cabe) inteligente.

Pero hay algo más, pensé: ¿Qué pasaría si Le grand journal fuera presentado por otra persona? Nada. ¿Qué pasaría si sustituyéramos sus colaboradores por otros? Nada. No digo que cualquiera pero sí que muchos otros podrían hacerlo en su lugar. Se nota que están ahí porque se han impuesto, porque se lo han currado mucho, el estar ahí, el llegar hasta ahí.

Por eso cuando invitan a una persona que no puede pagar su alquiler en París pese a tener un empleo y que explica lo complicado que es encontrar hoy en día piso en esa ciudad, ponen todos caras de circunstancias, como si descubrieran en ese preciso instante lo que está diciendo la invitada.

Por eso dicen una y otra vez "película magnífica, extraordinaria". Por eso no dejan hablar a los invitados.

Hasta los guiñoles, que es lo mejor que tenían, han empezado a desvariar.

II

¿Puede existir un informativo de autor?

Cuando no hay grandes invitados, cuando el tono es menor y jocoso, no hace falta poner cara de circunstancias, no es necesario parecer más tonto de lo que se es. Ventajas de ser pequeño.

El presentador del Petit journal (y sus colaboradores) da la impresión de ser insustituible. Sin él, el programa no existiría. Están ahí por lo que son. De ahí la alegría, la (relativa) honestidad del programa, no sé si libre (libre es mucho decir) pero sí el único informativo que no toma al espectador por un idiota.

Por eso cuando pillan a Céline Dion en Jamaica citando a Bob Marley en una entrevista (habla de No woman no cry, la canturrea) como si fuera el ministro de turno de visita por Jamaica, hacen un gag:

Céline Dion cita la canción.
El presentador (en off) dice: Bob Marley doit se retourner dans sa tombe.
Corte.
Un tipo, peinado con rastas, gira sobre sí mismo en la oscuridad.

- Que fais-tu Bob?
- Je me retourne dans ma tombe

Esto nos recuerda aquella famosa frase de Jorge Luzán: El God bless América cantado por Céline Dion en la super bowl es un horror, cantado por Meryl Streep al final de El cazador es maravilloso.


sábado, 5 de mayo de 2012

UNA SOLA NOTA SOBRE EL AÑO DEL DRAGÓN

            Préparer un film comme une bataille

                                            
¿Qué queda cuando ya no hay tiempo, cuando ya no hay amor ni amistad? Queda el trabajo. La energía. Cimino, que alguna vez había creído en todo eso, filma en esta película (su película más rápida, más amarga) eso: el trabajo, la energía. Filma cómo, para él, se debería preparar una película, cómo se debería escribir un guión, trabajando 24 horas al día, 7 días por semana. Como quien prepara una batalla. Sin descanso. Entre varios. Con libros por el suelo, envoltorios de pizzas a medio terminar, vasos de café.
Los jóvenes de El cazador, que al final de la película habían perdido la guerra pero estaban juntos, han envejecido mal. Las piezas esparcidas por el suelo de la lavadora que intenta reparar la mujer de Stanley White no sólo es una metáfora de su propia historia de amor, sino de toda su generación. Las escenas del funeral y las de justo después en el bar, con un billar de fondo, remiten a El cazador, con un balance triste.
Porque, en el fondo, ¿qué fascina tanto a la periodista y al aprendiz de policía (ambos chinos) y hasta a las monjas que trabajan para él, en el personaje de Stanley White? ¿Su encanto, su atractivo físico? Sin duda. Pero sobre todo su coraje, su valentía, su ruda sinceridad. Y su sentido del trabajo. El no trabaja para ser promocionado o para que le quede una buena jubilación. Se ha tomado en serio su batalla. E irá hasta el final. Como si fuera una metáfora del cineasta que embarca a todos en su proyecto, intentando sacar lo mejor de cada uno, por muy loco que sea.
Aquí no se trata ya de amor o de amistad. Se trata de otra cosa, acaso más importante, quién sabe.