domingo, 26 de febrero de 2012

El paraíso un submarino es


Entre las 36 situaciones dramáticas básicas debe de figurar, sin duda, el naufragio.

¿Cuántas historias y, ya puestos, cuántas películas, no son más que la historia de un algo, barco, casa, familia, burdel, local de strip tease, sociedad, nave espacial, mundo, sociedad, cuartel, un algo que se va a hundir, un algo que ya mismo se está hundiendo, que ya mismo se hundió?

Esto iba pensando después de ver Go Go Tales por primera vez. Esto seguía pensando después de verla por segunda vez. Go Go Tales es la historia de un naufragio inminente. Ahora que llega, con cinco años de retraso, resulta que llega puntual. O quizás sea Go Go Tales una película inevitablemente puntual, una película para la que toda hora es buena, que siempre parece venir a cuento.

Pero no era esto, no, era más bien una conversación, comparando como a veces se compara en lo bares, una película con otra, comparando L’Apollonide con Go Go Tales. O no consiguiendo compararlas. Solo lo que se parece es diferente, en alguna parte lo leímos, o lo dijimos. Las dos son películas de barcos que naufragan. O quizás submarinos. Barcos sin mundo exterior. Barcos sin cubierta. Afuera acechan tiburones, peces y cangrejos. Ved, detrás del barman del Ruby’s Paradise, ved esa pantalla por la que aparecen y desaparecen los tiburones.

Pues eso, dos barcos que están que no pueden más, que están que esto se acaba. Que se hunden en el tiempo, que pasa y no cesa y no los espera. Uno se va a hundir esta noche, el otro se va a hundir este siglo (bueno, aquel siglo, ya pasado).

Un teatro es un barco; un teatro es un submarino. ¿Qué hace la tripulación, qué hace con su tiempo mientras aquello se acaba? (¿Qué se acaba? El barco, la película, el mundo, viene a ser lo mismo. Una película es aquello que se va hundiendo, aquello que se va acabando, que acabará por acabarse.) Unos huyen del barco, otros dirigen en vano la huida, otros se dejan llevar, otros no se enteran. Y la orquesta sigue tocando.

La orquesta sigue tocando. Va a ser eso. Omnipresente la música, sí, pero no es eso, o no solo eso. Es también la incesante música de las pequeñas historias, de las pequeñas invenciones. Siempre pasa algo. Siempre está pasando algo. Lo que apenas acaba va entrelazado con lo que apenas empieza, asombro del ritmo permanente, de la música permanente. Si el valor de una película se midiese por el número de momentos felices, felices de invención, entonces Go Go Tales sería una película de un valor incalculable. Como algunas de Biette, pongamos.

(Ya lo dijeron otros y no creo que se equivocasen, no suelen hacerlo, Go Go Tales bien merecería una sesión doble con Saltimbank. Biette también cineasta de naufragios anunciados. Naufragio del teatro, teatro del naufragio.)

Sería de un valor incalculable, en otro mundo donde las cosas no fueran tan enojosas, un mundo que fuese un paraíso, un paraíso como un submarino. Un submarino donde la orquesta no deje de tocar.

De un valor incalculable sería y es, por la generosidad de cada instante, la vitalidad de cada uno de sus personajes. Porque por favor que alguien me explique como lo hace para, por ejemplo, en el momento en que Ray y su contable irlandés Jay siguen el sorteo de lotería en la tele, parezca Jay estar tan presente como Ray, cuando en todo momento está desenfocado. No un pelin desenfocado, no: muy desenfocado. A ver que alguien me explique, o va a ser que Go Go Tales esta hecha de esas cosas que no se explican, esas cosas que ya se sabe, pasan, cosas del instinto.

Y de ternura también, de inagotable ternura. Porque ay de la sonrisa de William Dafoe. Quizás sea también eso un actor de cine, aquel cuya sonrisa le transfigura. Y ay del beso de Asia Argento a su perro ¿no será eso cariño, cariño sano?

Y no vamos a enumerar ahora los innumerables momentos felices de Go Go Tales, los innumerables acordes que la orquesta va inventando mientras el barco se hunde, como si a base de tocar, a base de continuar la música, se pudiese detener lo inevitable. Si la banda no se detiene el barco no se hundirá.

(No vamos a enumerar pero hay un giro de guión, un giro a la Saltimbank, el Ruby’s Para dise sala polivalente; que si la habéis visto ya sabréis a qué me refiero, y si no la habéis visto cuando lo hagáis admirareis que haya podido seguir sin contarlo, entenderéis las ganas que tengo de dar saltos por la habitación. Y hay también un peluquero, perritos calientes bio, un embarazo, un trozo de pastrami en la nuca de una posible presidenta, un cheque firmado por un productor, un bus de chinos, un tipo vestido de cangrejo... Hay, ciertamente, de todo. De todo un rato.)

Y bueno, la película es sus detalles, y también sus múltiples y profundos sentidos, que son unos cuantos, pero a estas horas digamos que lo más importante reside en los detalles, en la moral de los detalles. Un canto, una reivindicación de un cineasta a bordo de su barco para que no se detenga la música, para que no venga el mundo exterior con sus tiendas de artículos de baño, con su dinero que ningún detalle produce, que ningún sueño produce, para que no venga ese mundo del dia y de los bancos a decir que se acabaron los detalles, que se acabó la música porque entonces sí, si la banda deja de tocar, entonces nos hundiremos. En ello estamos.


(Nota: un submarino rodado dentro de otro submarino, esto es cinecita, aqui vogaba la nave de Fellini. Y la foto yo creo que no es un plano de la pelicula, no lo recuerdo, debe de ser una foto de rodaje, una foto de la travesia.)

miércoles, 15 de febrero de 2012

Cinco tiradas de dados a favor de Deep end



Una: El título

De esos que solamente a un extranjero se le pueden ocurrir. No a un recién llegado sino a uno que lleve ya unos años viviendo en un país que no es el suyo. Uno de esos títulos que sin dejar de ser bellos en sí, pueden significar varias cosas y contener varias claves. Tan bueno como Moonlighting.

Dos: Un vendedor de perritos calientes

¿Os acordáis del ascensorista de Tú y yo? ¿Del mayordomo de Carta de una desconocida? Aquellos seres fugaces que veíamos apenas un instante y que, sin apenas decir palabras, tenían una presencia increíble y se hacían inolvidables. Aquellos seres fugaces que parecían haber muerto con el cine moderno. Como el repartidor de periódicos de Moonlighting. ¿Pudo el repartidor de periódicos de Moonlighting inspirar el poema Happiness, de Carver, escrito por aquellas fechas?

Tres: Una aparición

En un cine tan físico, tan material o materialista (donde a menudo hay golpes, caídas...) alegra que pueda haber también un espacio para lo fantástico. La escena en que el protagonista se cae a la piscina y la chica aparece de repente desnuda en el fondo como salida de su imaginación es extraordinaria.

Cuatro: La puesta en escena

Porque vemos lo que les pasa a los personajes. Vemos el espacio. Si el adolescente se enamora de la chica, vemos, por la puesta en escena, que se enamora de ella y cómo se enamora de ella. Véase el momento en que la cámara entra en la cabina de la chica, cuando vemos los cojines, ¿eran cojines? que ella hace, toda la ternura de la que ella es capaz, y que reserva para su cabina y para el chico que ve en ella algo que los otros no ven. La pregunta que se hace el protagonista y que, pienso ahora, podría ser una sinopsis de la película es: ¿Cómo puede ser la misma persona la chica que hace los cojines y que almuerza conmigo en la punta del trampolín, y la que se acuesta de cuando en cuando con clientes de los baños públicos?

Cinco: Sucesos

Una chica pierde un anillo en la nieve. Peor aún: pierde la piedra del anillo. Buscar una piedra preciosa en la nieve es como buscar una aguja, etc, etc. El anillo es muy importante para la chica. Es un regalo de uno de esos novios que ni el protagonista ni el espectador entienden que pueda estar con ella. ¿Qué hace el chico? Coge una pala y recoge toda la nieve de la zona donde se encuentran. Después va derritiendo la nieve poco a poco con la ayuda de un calentador de agua hasta encontrar el anillo. No se trata de un cuento. Es un hecho real que inspiró la secuencia.

martes, 7 de febrero de 2012

El hombre del rifle



¿Y no has pensado, no te recuerda, este cortometraje de Nicholas Ray a una película española?

Una de esas que también podrían figurar en una lista de una sola película.

El caramelo es tan bueno, la infancia, la inocencia, que prefiero que no se acabe nunca, y los cuentos que nos leen antes de dormir, pasado su efecto liberador, ensoñador, nos preguntamos: ¿Y si nos quedáramos en ellos, y si pasáramos al otro lado? Lo que era tan bueno se convierte en droga, en dependencia.

Si no fuera por el rifle, el recién llegado podría marcharse. El rifle es la revolución industrial, el rifle es la cámara. Los libros son inocentes.

Un director de cine de serie B llega a una casa aislada, que es como una tribu, que es como otro planeta, en la que un extraño personaje, un adolescente, que ya no es tan adolescente, que es
un adulto-niño, ejerce, sobre quienes se dejan, un extraño poder, una poderosa atracción. Sobre quienes se dejan.

Este personaje necesita al director de cine. Él le ayudará, le dará las claves para hacer cine, para salir de su condición de niño aislado y solitario, pero el efecto liberador y jubiloso durará poco. Y el cine se convertirá para él en una peligrosa droga y la ficción en el único mundo, en la única realidad posible.

Y hasta el final, necesitará al director de cine de serie B, su maestro y discípulo, y no le dejará volver a su mundo, a su novia, a sus películas baratas.

domingo, 5 de febrero de 2012

Una sola película (el ciclo Dickens)


Al Diablo no le gustan las listas, dices, y sin embargo al Diablo le gustan, y mucho, las listas de una sola película. Incluso de una sola película que no es una película.

Una película debería de ser la única película, la que sobrevivió a un naufragio, a nuestro naufragio. El bazar de las sorpresas, Johnny Guitar, La mamá y la puta, cualquier otra, una película vista a medianoche o a media tarde en un canal cualquiera de televisión, un libro al que le faltan páginas. De eso deberían estar hechas las listas de películas que le gustan al Diablo, del olvido del cine, del naufragio en el olvido.

Puede ser que el Diablo eche de menos los tiempos del único libro de la casa, del único libro una y otra vez leído. No sería extraño, no, que el Diablo, quizás más por viejo que por diablo, tuviese nostalgia de la Biblia.

No el cine, sino una película, no una película, sino un único plano, un único gesto, una única mirada. Mejor no conocer el cine, no conocerlo "bien", como dices. ¿Para qué?

Todo esto pensaba leyendo el texto sobre el padre Ted, la única película de las navidades tardías.

(¿Por qué la única película de la navidad? ¿Será porque más que para verla es para compartirla? Quizás eran eso los programas de humor de la Navidad, casi nunca tan buenos como los recordamos pero siempre apareciendo a la hora de compartir.)

Todo esto pensaba antes, iba diciendo, y entonces recordé una película de la víspera, porque a menudo la víspera tenemos la respuesta a una pregunta que sólo llegará mañana. Una respuesta que a menudo no es más que una manera de desplazar la pregunta, deslizarla ligeramente para volverla más inquietante.

La respuesta, o la nueva pregunta, estaba en High Green Wall, un cortometraje que hizo Nicholas Ray para la televisión, adaptación de un relato de Evelyn Waugh. Veinticinco minutos que se podrían dividir en dos tiempos: primero la utopía de la única película, y luego la pesadilla de la única película.

Te la resumo, si es que tal cosa es posible.

Primer tiempo: Un hombre agotado y perdido en la selva, parece ser que de Boston, y con la cara y la voz de Joseph Cotten, sin duda Joseph Cotten, llega a un puesto, o cabaña, o tribu, perdida en la jungla amazónica. Allí se ocupa de él y le devuelve las fuerzas un hombre mestizo, hijo de un inglés y de una indígena de la tribu. Él es el único allí que habla inglés y parece ejercer un discreto pero eficaz poder sobre los indígenas, a los que llama hijos.

Recuperado el hombre salvado, le pide su salvador un pequeño favor, que le lea algo de Dickens. Él no sabe leer, pero su padre le leía esas novelas, los únicos libros que hay en ese lugar tan remoto, y desde entonces siempre que puede y que alguien que sabe leer se presenta, pide que le lean unas páginas.

Aún allí Dickens. Aún allí Dickens compartido. Como la primera vez, como el niño que escucha una y otra vez por primera vez los cuentos leídos por su padre. Utopía de la lectura eternamente inocente, eternamente compartida. Allá vamos, empecemos por Historia de las dos ciudades.

Segundo tiempo: la lectura ha comenzado, la lectura no cesa, la lectura no cesará. Poco a poco el salvador va haciendo fracasar todas las ocasiones que el salvado tiene de volver a la civilización, a Boston, a su mujer, a la tierra de todos los libros. Y no sólo le dificulta la partida, sino que cuando el salvado se niega a seguir leyendo su salvador le impide, rifle en mano, que coma. Cada vez más terrible el encierro en Dickens a punta de rifle, de drogas y de engaños. Ni siquiera Dickens le salvará de Dickens. (Una página arrancada y entregada a otro hombre de paso, una página donde el grito de ayuda de un personaje de Dickens es el mismo del eterno lector, ni siquiera eso le salvará, aunque no deja de ser importante, creo, intuyo, que la salvación posible se encuentre en las páginas mismas de la condena.)

Cada vez más inflexible el destino, cada vez más cerrado el cerco dickensiano. Se irán sucediendo las palabras, las páginas, las historias, Oliver Twist, Grandes esperanzas, y de nuevo la Historia de dos ciudades volverá a empezar y a empezar...

Como ves más que una respuesta a nuestra utópica pregunta de la lista de una única película, lo que vi en el cortometraje fue un desplazamiento de la pregunta, que de pronto aparecía bajo una luz diferente, una luz que de pronto mostraba su cara terrorífica. No es tan extraño. Esto de la cinefilia es tan a menudo jugar al terrorismo olvidando la realidad del terrorismo...

Ya sé, ya, que nos hemos alejado del Padre Ted. La pregunta de pronto era: ¿soy el hombre del rifle? ¿Qué me podría responder el Diablo que, aunque a veces le pueda la nostalgia de Biblia, no deja de ser, quizás más por diablo que por viejo, un tipo lúcido?