viernes, 27 de mayo de 2011

De actualidad: la palma de la mano


Erase
una vez
un planeta triste y oscuro
y la luz
al nacer descubrio
un bonito mundo de color




Llegué tarde a ver El árbol de la vida. Llegué tarde y aún así entré, confiando en lo interminable de la publicidad en los cines franceses. Por una vez me defraudaron y la película ya había empezado. Me quedé a verla, llevaba días sin ir al cine y necesitaba ver una película, aunque le faltasen los tres o cuatro minutos iniciales.

Entendí que alguien había muerto. Poco a poco fui recomponiendo los lazos familiares entre los personajes que aparecían en la pantalla. Y me acomodé para contemplar y esperar la famosa aparición de los dinosaurios. (Porque había leído hacía tiempo que en esta película había dinosaurios.)

Según fue avanzando la película fui lamentando más y más el haberme perdido los tres primeros minutos (o cuatro, o cinco, difícil decir cuantos fueron), porque intuía que en esos minutos iniciales se ocultaba la clave, formal o narrativa, que reunía a lo que me parecían ser dos películas distintas cohabitando bajo el mismo título. O mejor dicho, una película en sándwich entre dos fragmentos de otra película. Una película pequeña,íntima, envuelta en una película algo así como cósmica, una película con planetas y dinosaurios.

No sé si lo entendí bien, algo así como el nacimiento de la vida, a lo enorme, presente en toda vida, presente en una única vida, en una única barriga embarazada que es todas las barrigas embarazadas y a la que le pega el oído Brad Pitt. O los dinosaurios vivieron aquí, los dinosaurios siguen viviendo aquí porque es la misma corriente de vida, el mismo mismo árbol de la vida el que va de ellos a ese chico que rompe ventanas y alberga sentimientos tan diferentes para con las dos personas que le dieron la vida.

(Aunque brevemente me pregunté si el verdadero tema de la película no era “cómo es posible que mis padres sean tan guapos”.)

La película necesita a sus planetas y a sus dinosaurios, necesita ser la película grande, la desmesurada, a la que responde la película pequeña, la de la edad de los dinosaurios y los planetas, la de la infancia. Una película pequeña, íntima, escondida en una película grande, monumental. Que yo prefiera la película pequeña no tiene mayor interés, porque la película solo puede existir si su apuesta por las dos dimensiones, la infinitamente grande y la infinitamente pequeña, funciona.

Pero el caso es que recordé otra película de barriada americana, otra historia de familia, cuyo movimiento me parecía el inverso, una película pequeña en la que se ocultaba una película enorme, una película consciente del átomo.

Una vez más, como siempre, y en espera del texto que uno de mis compañeros va a escribir sobre ella, me refiero a La influencia de los rayos gamma en el comportamiento de las margaritas, de Paul Newman. Una mujer y sus dos hijas en una casa desastrada, saliendo del paso, haciéndose ilusiones, recordando triunfos y fracasos pasados. Una película pequeña, realista, teatral, de personajes. Y como tal una película muy buena, buenísima, filmando siempre lo invisible, el efecto de los unos sobre los otros, lo que circula entre ellos, cómo les afecta.

Pero además en esta película se oculta otra, hilvanada como quien no quiere al cosa a uno de los personajes, la hija pequeña, apasionada por las ciencias, guiada por su profesor. En una secuencia él les habla en clase de los átomos, de cómo van cambiando de situación con el paso de los siglos y de los milenios, de cómo pueden venir de una estrella, de cómo en la palma de la mano de la niña puede haber un átomo venido de una estrella.

A través esa escena, expositiva como puede serlo una clase, mágica como puede serlo, rara vez, una clase bien dada, se introduce en la película una dimensión tan vertiginosa como la de todos los planetas juntos de El árbol de la vida. En la palma de la mano de la niña están todos esos planetas, dinosaurios y medusas. Y están allí por el milagro de la palabra, por el milagro de la mirada atenta de la niña. (La hija de Paul Newman, por cierto.)

(Cuando desperté en la palma de mi mano encontré escrito “los dinosaurios estuvieron aquí”.)

(Y recuerdo ahora el otro vértigo de la película, el de la mirada de la anciana siempre muda.)

Al final la película volverá a tomar el mismo vuelo, en la inesperada voz en off de la niña, en la toma de conciencia de que no, el mundo no es horrible, no tanto. Una breve voz en off que a su vez contiene tantas incertidumbres, esperanzas y emoción como todas las voces entrecruzadas y todos los personajes errantes por la playa del final de el árbol de la vida.

Pero aquí me asalta la duda de si no estaré prefiriendo por principio la opción de Newman a la de Malick, la opción de lo escueto, de lo que se hace visible en el presente por medio de la palabra, a la opción que busca poner en imágenes la trascendencia. Si no será una cuestión de gusto el que la palma de la mano de la hija de Paul Newman me produzca más vértigo que los dinosaurios de Malick.

¿Cómo decir que no es una cuestión de gusto? ¿Cómo convencerme de que el gusto no importa, y que de hecho no estoy juzgando, tan solo haciéndome algunas preguntas? ¿Cómo explicar que de todas maneras me alegro de que Malick haya metido planetas, medusas, células y dinosaurios (aunque bien poco me convencen estos) en su película, aunque no sepa qué hacer con ellos, porque no sé qué hacer con ellos, y aunque prefiera la palma de la mano atómica de los rayos gamma?



martes, 10 de mayo de 2011

Visite nuestro cine : Orient Express

para Coralie, que sabe de qué va esto



Ulises busca departamento en el exilio,
en Itaca ya solo hay turistas.

Juan Villoro

Como no tengo memoria no recuerdo lo que hice ayer, ni la liga que ganó el Depor, ni mucho menos en qué puesto jugaba Robert Parish (el jugador, no el cineasta y niño actor), y tampoco los últimos cines de barrio en Madrid, a los que fui en mi infancia y que hoy son tiendas de ropa o, en el mejor de los casos, supermercados Día.

Supermercados Día... quizás tenga que ver con esto lo que tanto me gusta de los UGC Orient Express, unos multicines que siempre recomiendo y que se encuentran en un gran centro comercial del centro de París, ese que ocupa el lugar de las antiguas Halles, los grandes mercados adonde llegaban verduras y demás productos frescos, al pie de la iglesia Saint Eustache, adjunto foto de una escultura de Raymond Mason que está en la iglesia, conmemorativa, evocadora a su vez de ese mercado del pasado, tan perdido ahora como el de las salas de barrio. (Lo visteis también en algunas películas, en Irma la dulce, que yo recuerde.)


Allí hubo un mercado y ahora un gran centro comercial y entre medias hubo un gran agujero en obras que Marco Ferreri convirtió en el agujero de todas las batallas contra la opresión, agujero donde los indios una vez más le vencían la batalla al general Custer, le vencían otra batalla parcial a la caballería.

Ved el agujero:


Ese agujero ya no existe, la película nadie la quiso ver en su día y no hay monumento a la batalla. En su lugar hay un centro comercial con tiendas, restaurantes de comida rápida, mediateca, piscina, escuela de teatro, forum des images y dos multicines. Los grandes y los pequeños, los de estreno y los de las últimas semanas, los de arriba y los de abajo (como el detergente, así de sencillo).

Los de arriba son unas veinticinco salas, el UGC Les Halles que, según me dice un amigo, son los cines más frecuentados de Europa. Unos cines a tono con el gran centro comercial, unos cines que vienen a ser como el Carrefour o el Champion. Grandes y concurridos, y a veces hasta proyectan las nuevas de Rivette o de Garrel.

Los de abajo son el Orient Express, nombre cuyo origen por ahora desconozco. No son los más concurridos de Europa, son mucho más pequeños y difíciles de encontrar, uno no se los topa si no los busca, en una galería particularmente subterránea y esquiva del centro comercial. Aquí no proyectan ni a Garrel ni a Rivette, pero tampoco estrenan a Aronofsky y demás oscarizables.

Cuando programan de estreno es porque los exhibidores no consideran la película digna de confianza. Allí van los estrenos del UGC Les Halles que ya no resultan rentables en villarriba pero a las que todavía se les pueden sacar unas entradas, y las comedias y películas de terror americanas que se estrenan sin convicción, sin duda por compromisos comerciales. Alguna vez he querido creer que el Orient Express es lo más parecido que puedo encontrar a un cine de barrio, con su público sin pretensiones, con sus raros en busca de alguna película ignorada. Aunque pensándolo mejor lo dudo. Me pregunto si el Orient Express no es al Ugc Les Halles lo que el Día al Carrefour. Nadie va a pretender que el Día sea lo más cercano a un viejo mercado de barrio. Nadie, por muy perverso que sea, va a preferir los tomates de el Día. (Y no, Les Halles no era un mercado de barrio, era otra cosa,algo inmenso, un verdadero mercado de ciudad.) ¿Entonces?

¿Si no es por considerarlo un vestigio de un tipo de cine que ya no existe,sino más bien lo contrario?

Probemos de otra manera: son uno de esos cines en los que se siente el temblor del metro y del tren de cercanías, temblor que a veces se acompasa con la película y a veces no, pero que en el fondo nunca molesta, nunca impide seguir con interés una película.(¿Si el metro es uno de los peores lugares para respirar pero uno de los mejores para leer, no serán estas salas uno de los mejores lugares para ver cine? ¿No es acaso el Orient Express un nombre de tren, aunque este tren esté detenido en vía muerta junto a andenes del metro y del RER? Cine-tren de cercanías.)


Es un cine al que voy con una amiga a ver comedias americanas en cuyo éxito nadie confía (a veces con razón,a veces no), alguna película de terror, alguna película de acción (recuerdo una producida por Johnnie To sobre un creador de accidentes). Es donde vi por casualidad Zohan, una comedia con Adam Sandler de esas que la crítica francesa destroza en su estreno en salas y ensalza en su lanzamiento en dvd. Es donde vi How do you know, de James L. Brooks, comedia brillante y con estrellas que el exhibidor no juzgó digna de mejor suerte.

¿Será esto lo que me hace pensar en el Orient Express como cine de barrio, la posibilidad de encontrar entre la aparente morralla películas notables? Una sala en la que uno entra porque llueve, porque pasaba por al lado, por hacer tiempo hasta el fin del mundo. O una sala que es como uno de esos video-clubs a los que nunca fui, que promete el mismo tipo de películas, el mismo tipo de placer. (Pero esto tampoco se sostiene, la comedia que aquí se estrena en el Orient Express puede ser una gran producción destinada tan solo al mercado americano y la serie b y z ya no se estrena.)

El Orient Express podría ser mucho más de lo que es, una teología negativa, un lugar donde la estrella sea Paul Rudd, estupendo en How Do You Know y que entonces se recuerda como el actor ya estupendo en Lío embarazoso y en The shape of things...

(The shape of things, una película que me pasó un amigo en dvd, una película de Neil Labute, adaptada de una obra de teatro de Neil Labute, francamente teatral, una de las películas con menor número de escenas que he visto, una película carne de olvido y sin embargo no, está bien, teatro enlatado, eso lo podríamos hacer nosotros. En Francia no la estrenaron, y si la hubiesen estrenado habría sido una breve semana en el Orient Express. )


Pero tampoco es eso, no hay cinefilia subterránea, ni los Cahiers ni Première,ni quizás merece la pena que tal lugar exista, un cine donde las estrellas y los prestigios son otros, ignorados cuando se sale de las galerías subterráneas.



El Orient Express es un cine que se parece a ese parking en el que va a caer la próxima víctima de una película de terror. Un cine que huele a cansancio. Un cine donde el sonido no es bueno y eso casi siempre es bueno. Un cine en el que todavía podrían poner uno de esos viejos anuncios de “visite nuestro bar” y no los inevitables anuncios de seguros médicos y de schweppes, pero no lo hacen, y es cierto que ya no hay bar que visitar, tan solo galerías comerciales que al anochecer se quedan desiertas y salimos a la calle buscando nuestro bar y lo encontramos cerrado por orden de la alcaldía, por ruidos nocturnos, y tenemos que seguir caminando hasta las viejas puertas de París para tomar una cerveza barata y recordar los mejores momentos de la película, o para olvidarla y hablar de otra cosa y quedar en que la semana que viene volveremos a ese cine de cercanías en vía muerta.

(Continuará... no es tan fácil salir del agujero de Les Halles, y por mucho que busco y pienso sigo sin saber por qué me gusta el Orient Express, por qué me identifico con él, encontrar la respuesta equivaldría a entender lo que es el cine hoy, y eso me resulta muy difícil...)




sábado, 7 de mayo de 2011

Todo Newman: Notas sobre Sometimes a great notion (1971)


A veces vivo en el campo

A veces vivo en la ciudad

A veces siento un gran impulso

de arrojarme al río y ahogarme.


La primera novela de Ken Kesey que fue llevada al cine no fue la famosa Alguien voló sobre el nido del cuco sino A veces un gran impulso, escrita en 1964. El título viene de un verso de una canción de los años treinta, Buenas noches Irene. Una canción de desamor. Adiós. Te veré en mis sueños. Buenas noches. Entonces mejor olvidar el título español Casta invencible o El clan de los irreductibles, que viene a ser lo mismo, y quedarse con el original, A veces un gran impulso. ¿Un gran impulso de qué? De arrojarse al río, de terminar con todo.

¿Y si fuese la mejor? ¿La más amplia? La mejor, porque de algún modo la dirigió porque no le quedaba más remedio que dirigirla, porque no encontró a nadie que la dirigiera en su lugar. Y aun así, o gracias a ello precisamente, encontramos en ella todas las cualidades de su cine, todas sus características. La importancia de lo invisible. La influencia de unos personajes sobre otros. La mejor, por ejemplo, porque dirige a Henry Fonda. A Richard Jaeckel. A Lee Remick. A sí mismo. ¿No es una de las mejores interpretaciones de Paul Newman? Porque se trata, en definitiva, de su película más anclada en la industria.

Y sin embargo hay en esta historia mucho de Paul Newman. ¿Os habéis fijado en la coincidencia de los títulos, caja de sombras, zoo de cristal? Como si todas esas historias, salidas de sitios diferentes, confluyeran en él. Máxima prueba, quizás, de su talento como cineasta. Así, en esta película podrá rodar cosas inusuales en su cine como un partido de rugby en la playa que desemboca en pelea y borrachera. ¿Hace falta recordar a Ford? Justo antes de marcar el tanto, Hank Stamper (Paul Newman) pasa el balón a Lee Stamper (Michael Sarrazin), y hay un inserto en primer plano de Henry Stamper (Henry Fonda), padre de ambos. O filmar el trabajo. Planos casi documentales de la tala de árboles, de los obreros. O una carrera de motos, durante el día del leñador. Como si los momentos más líricos e íntimos de la película estuvieran compaginados con otros menos intensos, como si pudiera permitirse el lujo de perder el hilo, de perderse.

Como esa historia paralela del propietario de un cine que insiste a Hank Stamper (Paul Newman) para que él y los suyos cedan a la huelga para salir de la crisis. En una escena en el bar del pueblo le confesará que ya nadie va al cine, que incluso le han recomendado que ponga películas eróticas, pero que no está por la labor, que no pretende caer tan bajo. La película sigue y en otro momento le amenaza con suicidarse (podemos suponer que eran amigos o que habían sido amigos). La película sigue. Y llega esa escena en la que está colocando las letras en la fachada de su cine del título de su nuevo estreno: “Cerrado gracias a Hank Stamper”. Y entonces se electrocuta. Y no sabremos nunca, tal como está rodada la escena, si se trata de un accidente o de un suicidio.

Se ha dicho que Sometimes a great notion es una película de hombres. ¿Y si no lo fuera? ¿O no solamente? ¿Y si la protagonista de la película fuera la madre de Lee Stamper, la que no se ve, la que tuvo relaciones sexuales con su hijastro Hank Stamper (Paul Newman), la que se suicida? Ya van dos suicidios. Y un tercero, más bien un intento de suicidio, el de Lee Stamper, el hijo universitario que vuelve, pelo largo, con manos demasiado finas para andar cortando árboles, dispuesto a trabajar y quedarse con los suyos. Pero, ¿por qué vuelve? Es un huérfano en busca de hogar, como si se dijera: Soy esto, al fin y al cabo. Para bien o para mal soy esto. La escena en la que cuenta su intento de suicidio es una de las más bellas de la película. Es el momento en que los dos personajes más frágiles, más sensibles, se encuentran. Es el momento en que aparece Lee Remick. Sí, la gran Lee Remick (¿es este su último gran papel?), que interpreta a la mujer de Hank Stamper (Paul Newman). No es que no la hayamos visto antes, pero es en ese momento cuando se convierte en personaje. Mientras está colgando la ropa o mirando hacia el río (a veces siento un gran impulso…), dándole la espalda a Lee, cuenta su historia, cómo llegó hasta allí, cómo perdió a su hijo, sus miedos, sus frustraciones.

¿Y si la protagonista fuera ella, Viv Stamper? Una relación de complicidad va a crearse entre ambos (entre ella y Lee Stamper, el hijo pródigo). Cuando vuelven los tres hombres de la fiesta del leñador, una luz se enciende en el piso de arriba de la casa, ella baja a recibirlos, y su marido, completamente borracho, la empuja, y en un plano muy bello, ligeramente contrapicado, Lee Stamper a la izquierda del encuadre, Viv Stamper a la derecha, Hank y su primo Jobi (excelente Richard Jaeckel), también completamente borracho, pasan uno detrás del otro entre los dos, suben a duras penas las escaleras del porche, y cuando ya han entrado en la casa, Lee Stamper, sin apenas mirarla, dice: Ya me dirás. ¿El qué?, dice ella. Cuando quieras irte. Cuando, un poco después, escucha por la radio la noticia de la muerte del propietario del cine, todo se precipitará, y acabará dejando a su marido y a toda la familia Stamper.

No he dicho nada de Jobi, interpretado por Richard Jaeckel, quien protagoniza la escena más emblemática de la película, la de que todo el mundo habla (y con razón), aunque no se hable de otras igual de buenas, y que no contaré (hay que verla). No sé qué hubiera hecho Peckinpah (por lo visto quiso también adaptar la novela), pero no sé si hubiera mirado a estos personajes a priori rudos, antipáticos, de derechas, con tanta justeza y ternura. Encarnados para siempre en el personaje de Jobi Stamper, heterosexual, creyente, trabajador, americano. Como dijo otro personaje memorable, Lo terrible en esta vida es que cada cual tiene sus razones.


viernes, 6 de mayo de 2011

Todo Newman: Chateando sobre Raquel, Raquel (1968)


I

– ¿Qué me dices de este fotograma?



– Veo en él toda la ilusión del mundo.

– Además, está Estelle Parsons.

– Sí, casi nadie se acuerda de ella.

– Es lo que tiene ser actor secundario.

– Hombre, de algunos sí que se acuerda la gente.

– De algunos.

– La relación entre las dos está muy bien contada, con ternura, con sabiduría, con delicadeza.

– Es que Paul Newman sabe de lo que habla.

– Paul Newman era actor.

– Fue su oficio principal.

– Y muy buen observador.

– Sí.

– Imagínate lo que pudo aprender en el plató con McCarey o con Hichcock.

– Por cierto, que en esa secuencia hay otro plano precioso. Un plano del rostro de Joanne Woodward en el que se reflejan las hojas del bonsái que le ha regalado su amiga.

– ¿Tan bonito como Mizoguchi o como la Karina delante de la cámara de Godard?

– Igual de bonito.

– Otro plano memorable entre las dos es cuando se hablan de ventana a ventana, en el colegio. Parece un plano de Ozu.

– Y un poco después, cuando intentan atrapar al pájaro para meterlo en la jaula, en la clase, también está muy bien.

– Es muy diferente.

– Parece rodado cámara al hombro.

– Es un momento de felicidad. Y en la película no hay tantos.

– Además, cuando sucede lo que sucede, unos minutos más tarde, la escena, bella de por sí, cobra otro matiz.

– ¿Te refieres a lo que sucede entre las dos después de la reunión religiosa?

– Sí.

– Va a cambiarlo todo entre ellas.

– No todo, hombre. Acuérdate del final. Y de la reconciliación entre las dos en el umbral de la casa, a las tres de la mañana.

– Sí. La casa es muy importante. El hogar. Y los porches. ¿Te has dado cuenta de que muchas escenas importantes de Paul Newman transcurren en un porche?

– También en las de Ford.

– Sí, bueno, y en las de Nicholas Ray. Y en los poemas de Robert Frost.

–¿Quieres decir que es algo importante en la cultura americana?

– Imagino que sí.


II

–¿Y qué me dices de éste?




– Muy bonito.

– La cámara no podría estar en otro lugar. Están y no están juntos.

– La historia con el tipo es bastante sórdida.

– ¿Recuerdas cuando ella pierde la virginidad? Se deslizan por debajo de una barrera, parece una zona cortada, están cerca del cementerio.

– La pérdida de virginidad más terrible que recuerdo, junto con la de Badlands y la de À nos amours.

– Hombre, alguna otra habrá.

– En el cine clásico esas cosas no se veían. No se hablaba de ello. Al menos no tan directamente.

– Al mismo tiempo, si no hubiera conocido al tipo, jamás habría tomado la decisión de dejar el pueblo.

– Es cierto.

– Me encanta el plano contraplano entre los dos, cuando por fin quedan para ir al cine. Esos planos generales. Ese diálogo a muchos metros de distancia.

– Hay tantas cosas en la película...

– Fue su primera película. Tenía que demostrase a sí mismo y a los demás que podía ser buen cineasta.

– Ganó el premio al mejor director en el Festival de Nueva York.

– Y tuvo varias nominaciones a los oscar.

– Hay prácticamente una idea por plano. Hay muchísima invención. Flashbacks, cambios de ángulo y de puntos de vista, además con unos racords perfectos, nada de falsos racords. Imágenes mentales…

– Hay una memorable. Cuando se ve a sí misma tirándose por la ventana. El temblor de la cámara cuando el cuerpo golpea contra el suelo.

– Sí, increíble.


III

– ¿Y de éste?

– Yo no veo nada

– No hay nada que ver. Tienes que imaginártelo. O ir ahora mismo, ya, a comprarte el dvd. Te lo voy a describir. Dura escasos segundos. Si no recuerdo mal, en el hospital. A lo lejos se ve el cementerio, el cementerio es muy importante en la película.

– Todos los lugares de la película son importantes.

– Tienes razón.

– Perdona, te he interrumpido.

– Transcurre, decía, en el hospital. Si no recuerdo mal se trata de una panorámica. La cámara se detiene unos segundos en la ventana, y a lo lejos vemos el cementerio. El cementerio y una mujer. Una mujer vestida de rojo. Podría no haber nada pero hay esa mujer. De rojo.

– Qué bueno. Es como un detalle en el fondo de un cuadro.

– Es ya la madre de La influencia de los rayos gamma.

– Es y no es ella misma.

jueves, 5 de mayo de 2011

Todo Newman

Sabíamos algo. Vagamente. Daney, en una entrevista (del 77), lo incluía entre los mejores cineastas americanos de su generación. O lo intuíamos, más bien. Entonces, una tarde, vimos en el cine, en París, La influencia de los rayos gamma en las margaritas. Alucinante. Supimos más cosas. Por ejemplo que Skorecki (el último mohicano) la ponía entre las mejores películas de los setenta.

Descubrimos en una tienda de dvds baratos (hoy desaparecida, hoy un horrible café) Sometimes a great notion (o más bien Le clan des irréductibles) y la compramos. Seis euros. Y la vimos. Y tuvimos la suerte de no saber que era “la menos buena”, “la menos personal”, etc. según la crítica.

Empezamos a ver cosas en común entre sus películas. Dimos con esta frase: Cuando les dices a los americanos que sus mejores cineastas son Paul Newman y Jerry Lewis, se te echan a reír. La frase varía, a veces son Paul Newman y Jerry Lewis, a veces Jerry Lewis y Bob Dylan… La frase es de Skorecki, el último mohicano.

Descubrimos más cosas. Raquel, Raquel y Harry e hijo estaban editadas en España. Las compramos. Las vimos. ¿Discreto, Paul Newman? ¿Has visto los cambios de ángulo que hay en Raquel, Raquel?, ¿cómo inventa en cada secuencia?, ¿cómo hay prácticamente una idea por plano? ¿Y la escena en el porche entre Harry y su hijo, has visto el movimiento de grúa? ¡Anda! The shadow box se puede comprar por amazon en Inglaterra. Dicho y hecho. Coste total de la operación: 25 euros.

Un poco más difícil de ver era la última, El zoo de cristal, pero Rodolfo Sirk estuvo allí cuando no hace mucho la pusieron en la Cinémathèque, en una retrospectiva Michael Ballhaus. Imposible de ver nos parece sin embargo su primer trabajo como director, una adaptación de Chejov, Los perjuicios del tabaco, realizado en 1959.

Por eso desde aquí queremos organizar un homenaje a este cineasta cuya importancia no deja de crecer, y cuya filmografía se nos aparece cada vez más claramente como un todo, una obra, una de las más importantes del cine norteamericano moderno.

(Continuará)