viernes, 26 de febrero de 2010

Sobre Ander, a bote pronto

Esto va a quedar tosco, mal dicho y poco pensado, más que un texto es un entusiasmo confuso, indefenso ante la aparente naturalidad de la película.

Ander, de Roberto Castón, me parece una de las más admirables películas españolas desde hace… desde hace mucho. Me parece sobre todo una de las más inesperadas.

Ander es una película muy construida, tanto en sus planos y en los ecos que van apareciendo entre las situaciones, como en su guión, con la idea de relato como utopía, no pensar sólo en lo más verosímil sino en el lugar al que se quiere llegar con los personajes, la familia a priori improbable reconstruida.

Ander es una película construida, pero es sobre todo una película que parece natural, que se diferencia de casi todas las películas formalistas recientes porque el tiempo no aparece como un principio teórico, sino como esa cosa en la que vivimos y que va discurriendo. No hay en Ander un solo momento en el que no haya algo que ver, en el que la duración del plano no corresponda al ritmo de la vida.

Hay que ver por ejemplo ese momento en el que unos de los motivos recurrentes de la película, el vaso de vino, reaparece en un momento de incertidumbre, y Ander le ofrece de un gesto llenarle el vaso a José. Esa situación de guión se ve enriquecida con un detalle vivo, en el vaso de José queda agua y tiene que beberla para vaciarlo y que Ander le pueda echar el vino. Y todo ello de forma natural, sin que las cosas sean largas o cortas, simplemente son.

Ese momento es para mí el símbolo de lo inesperado de esta película, que deja atrás a la mayor parte del cine “de autor” reciente, por la sencilla razón de estar hecha con vida, con seres vivos. Y en ello hay casi un cierto clasicismo, una cámara a altura del hombre, pero sobre todo a ritmo del hombre, ni más lenta ni más rápida.

Aunque hay también admirables cortes a negro en ciertas situaciones, en ciertos umbrales del relato. Y elipsis singulares de momentos muy anunciados y de los cuales sólo vemos el después, por ejemplo la despedida de soltero o la matanza del cerdo, pero de tal manera que en seguida nos interesamos por lo que sucede en el presente de lo que estamos viendo.

Y, además de esas construcciones por elipsis y detalles, también hay momentos frontales, la secuencia en los baños durante la boda o el relato de Reme. Esa manera de poder mirar a los personajes a la cara, y poder mirar la historia que cuenta a la cara son otra de las formas de naturalidad inesperada de la película, que estando muy construida no parece obsesionarse por la idea de parecer cinematográfica.

Bueno, todo esto a bote pronto, pero espero volver a verla y escribir más reposado.

martes, 23 de febrero de 2010

domingo, 14 de febrero de 2010

Dos o tres cosas que saben de Rozier




Con él, el más sencillo gratén de patatas se convierte en sublime. El tiempo nos pertenece. No sé cómo lo hace, cómo es posible. Es un príncipe, respira. Ninguna cólera, ninguna agresividad, ninguna envidia. Mientras que todos sus amigos se han hecho ricos, él es el único en el cine a quien no se le ha agriado el carácter. El único.


Con Arlette Langmann nos hemos dado cuenta de que cuando se baña en el mar, no nada: simplemente deja que le den las olas y sale regenerado.


Quien no haya visto a Yveline Céry bailar un cha-cha-cha, los ojos en la cámara, no podrá permitirse hablar de cine en la croisette.


Tiene más de setenta años y hace casi todo él mismo. (…). Sabe encuadrar, iluminar, ocuparse del sonido. Conoce el cine perfectamente. Es una pasión. Tiene una energía loca. Se diría que tiene veinticinco años. Ya puede venirse abajo el decorado, él continuará a pesar de todo a decir motor.


De lo que sí me acuerdo, sin embargo, es de la última vez que hablé por teléfono con Jean Eustache, algunos días antes de su muerte: le di la noticia de que Rozier iba a filmar Maine-Océan. No os podéis imaginar la enorme alegría de Eustache, una auténtica alegría de niño.


1. Jean-François Stévenin

2. Pascal Thomas

3. Jean-Luc Godard

4. Ives Afonso

5. Yves Laumet


lunes, 8 de febrero de 2010

Monerías sobre Rohmer 2






¿Son La boulangère de Monceau y La carrière de Suzanne reescrituras de El río, de Renoir, historias de educación sentimental , en este caso masculina, sostenidas por una voz en off, atentas de manera documental a los detalles y costumbres de los lugares en los que sucede la trama, reescrituras grises ( como Contactos es, según Paulino Viota, una Crónica de Anna Magdalena Bach en la que la música de Bach hubiese sido sustituida por la grisura de la vida cotidiana bajo el franquismo), reescrituras donde el contexto descrito ya no es la lejana India sino la muy cercana París, el color y la cámara serena pasan a ser el blanco y negro y la cámara al hombro, pero siempre con la misma base formal?

Monerías sobre Rohmer 1




¿Es Pauline à la plage, entre otras muchas cosas, un cuento sobre una niña y un ogro, sobre una niña que va cayendo en la trampa de un ogro (Feodor Atkine, uno de los actores más inquietantes de Rohmer, con apariencia de inteligencia excsiva y casi maligna) que se la va a comer de los pies a la cabeza, pero en el último momento cuando todo parece perdido porque se ha quedado dormida en el castillo del ogro, la niña le golpea en su único punto débil, le deja sin aliento y se salva?


jueves, 4 de febrero de 2010

Otra nota gótica: Perceval





En Perceval le Gallois están ya Pascale Ogier, Marie Rivière, Arielle Dombasle y Anne-Laure Meury. Serie de ojos góticos, saldrán de las vidrieras y las miniaturas para moverse por el mundo contemporáneo en las seis películas siguientes, pero algo quedará, en alguna entonación, en algún gesto, de su pasado medieval.

(Película que en la aparente atemporalidad del estudio es finalmente tan de su época como las comedias y proverbios, tan folk, tan plástica y tan setentera.)

Película con al menos una heredera medieval, no sé si reconocida como tal, Silvestre, de Monteiro, injustamente olvidada. Monteiro comenzó a rodarla en decorados naturales, al cabo de unos días pensó que se estaba equivocando, paró el rodaje y volvió a empezarlo más tarde, en su mayoría en estudio. Película tan deslumbrante como una producción UFA de los años 20. Película que gira como una constelación en torno a otros ojos góticos, los de la joven Maria de Medeiros.

¿Es Perceval le Gallois una película rodada en decorados naturales? Yo diría que no. Pero que sí. No rueda en estudio para simular, de manera más o menos estilizada, el mundo exterior. Rueda el estudio como estudio, como decorado natural de otro mundo. Pero con actores reales. Y sobre todo con caballos reales. Son esos caballos reales que entran en los castillos de playmobil los que hacen ese mundo tan real. (Se podría añadir que las películas de playa de Rohmer son películas de estudio. En exteriores, porque resulta más barato, pero de estudio, con todo a mano, unos pocos decorados que se controlan y en los que se vive, a los que se vuelve una y otra vez. Por dar otro ejemplo: Gritos y susurros, de Bergman es, claramente, una película de estudio rodada en exteriores.)

El artificio singular también concierne a los papeles múltiples que interpretan los actores. Y que alcanza su culminación en los últimos y asombrosos diez minutos, que devuelven al cine a sus orígenes populares. No ya Lumière y Méliès, sino Méliès y la pasión de Cristo.

El tramo final de la película, deslumbrante en su abandono de lo que parecía la trama principal, sin duda por fidelidad al texto de Chretien de Troyes, que no recuerdo, consigue dar al relato una fuerza de sorpresa pareja a la que en un primer momento le da la estilización. Entre las muchas grandezas de la película está la de respetar la pérdida de linealidad del relato.

(Y pienso ahora en Hong Sangsoo, admirador de Rohmer, cuyo cine remite más bien al Rohmer de las películas contemporáneas, pero cuyo sentido del relato que se bifurca recuerda a lo que sucede en Perceval.)

De todas maneras apenas puedo empezar a hablar de Perceval, que construye casi por completo toda una forma alternativa de cine. Toca salir del castillo, ponerse en camino, en busca de aventuras, y quizás un día saber qué era aquel cáliz, qué era aquella lanza, qué era Perceval.